1. El estado de la cuestión. [1]
Extrema
gravedad de la crisis ecológica planetaria, cuyas manifestaciones todos
conocemos ya de sobra.
La crisis
ecológica forma parte de una gran crisis de civilización, no de una
civilización sino de la humanidad en su conjunto. Es una crisis sistémica. La
humanidad ha llegado a lo que Fritjof Capra llama un punto crucial.
2.
Las causas.
Las causas
son complejas y múltiples: económicas, sociales, demográficas, políticas, etc.
Por lo tanto, la resolución de tal situación requiere un acercamiento
multidisciplinar. En mi intervención de hoy quiero exponer lo que el budismo
zen tiene que aportar a la salida de esta crisis.
Desde mi
punto de vista como budista zen, la causa principal de esta enorme crisis se
encuentra en una percepción errónea de la realidad que se ha ido
desarrollando históricamente en el seno de la conciencia humana y que ha
culminado en la civilización occidental. Al convertirse la civilización
occidental en el modelo dominante en todo el planeta, esta percepción
errónea de la realidad se ha extendido prácticamente a todas las naciones y
culturas.
Esta percepción
errónea de la realidad tiene como base una forma dualista de pensamiento
que genera una percepción dualista.
Es decir,
el origen de nuestra crisis es un error cognitivo convertido, por
consenso o por imposición, en una verdad universal.
El budismo
llama a esta percepción errónea de la realidad, ignorancia básica.
Esta
percepción dualista se manifiesta en:
1.
la forma en la que los individuos nos percibimos a nosotros mismos
(autoimagen individual)
2.
la forma en la que los individuos percibimos a los demás y nuestra
función en las relaciones sociales),
3.
la forma en la que los
individuos percibimos la cultura y la sociedad humana (autoimagen colectiva
como humanidad),
4.
a la forma en la que los individuos y la sociedad percibimos la
naturaleza y nuestra función en relación a ella.
A nivel
individual, esta percepción dualista se manifiesta en la percepción escindida que tenemos de
nosotros mismos, en especial en lo
referente a la relación entre mente y cuerpo, espíritu y materia.
El
pensamiento dualista comenzó a emerger en la humanidad primitiva probablemente
al mismo tiempo que la autoconciencia o conciencia de yo, conciencia
individual.
Para Ken
Wilber: “Parece ser que la historia
evolutiva de la humanidad es un viaje desde la subconciencia hacia la
supraconciencia, pasando por la etepa intermedia de la autoconciencia”.
La
subconciencia es el estado animal de fusión inconsciente con el todo de
nuestros antepasados pre-homínidos. El ciclo de autoconciencia, en el que aún
nos encontramos, incluye la emergencia de una autoimagen mental, base de la
autoconciencia o conciencia de sí. Y la supraconciencia es la conciencia plenamente
despierta de un Buda o de un ser humano plenamente iluminado. Se la podría
llamar también conciencia oceánica o conciencia cosmica.
Desde mi
punto de vista, nos encontramos al final del ciclo de la autoconciencia o
conciencia centrada en el yo, egocéntrica. La crisis de civilización que
estamos atravesando es una crisis de autoimagen tanto del individuo como de las
sociedades y de la humanidad en su conjunto, al mismo tiempo que una crisis de
la conciencia de la realidad que tenemos los seres humanos.
3. Emergencia, logros y efectos colaterales de la
autoconciencia.
La
autoconciencia supone una autoimagen mental: yo. La emergencia dela
autoconciencia individual supone la creación de una frontera: yo y lo Otro. Lo
Otro incluye todo lo que no es yo. Yo soy todo lo que no es Otro. Un círculo
mental: dentro soy yo, fuera es lo Otro. Esta es una forma básica de dualismo
que se encuentra fuertemente enraizada en la percepción que tenemos de nosotros
mismos y de los demás. El lenguaje humano es la expresión de esta percepción.
La autoconciencia es común a todos los
seres humanos y a todas las culturas, aunque cada una lo experimente con
intensidades y matices diferentes.
La
autoconciencia ha sido un factor fundamental en la evolución de la humanidad y
es un paso, al parecer, necesario para la emergencia de una conciencia cósmica,
en la que el universo se ve a sí mismo a través del ser humano.
No
obstante, un primer efecto colateral de la autoconciencia es la angustia
existencial del yo separado: el sentimiento de vulnerabilidad del individuo
autoconsciente frente a las fuerzas implacables de la naturaleza, la angustia
del ser individual frente a la negación del yo que supone la muerte. Esta
angustia existencial es la experiencia más dolorosa que un ser humano pueda
experimentar. Por ello, no es descabellado concebir la historia de humanidad
como el esfuerzo por superar, amortiguar, disolver, negar o trascender dicha
angustia.
Aunque no hay un consenso sobre la etimología del
término religión, opto por considerar que procede del latín religare, traducido como “volver a
unir”, que tiene relación con la palabra yoga,
“aquello que une”. De esta forma, lo
religioso sería todo aquello que nos vuelve a unir, que nos devuelve a un
estado de Unidad.
¿Unir o reunir qué con qué? La mayor parte de los
estudiosos de la fenomenología de la religión están de acuerdo en que el
sentimiento religioso surge en la humanidad primitiva al mismo tiempo y de
forma indisociable al surgimiento de la conciencia individual.
La paulatina
irrupción de conciencia individual (en la que es posible ver el trasfondo de lo
que algunas religiones llaman el “pecado original”) va irremediablemente
acompañada, como he dicho, por la
angustia del yo separado. Esta separatividad podría representar la “caída” y la
“expulsión” del paraíso de la fusión inconsciente con el Todo, separación que
es origen de la angustia existencial. Podemos ver pues en la base del
sentimiento religioso el anhelo de liberación de tal angustia del yo separado.
Desde este punto de vista, el sentimiento religioso es inherente a la
existencia humana y todos los seres humanos experimentan esta religiosidad
entendida como anhelo de liberación de la angustia del yo separado.
Uso el
término religiosidad con el mismo sentido que el de espiritualidad. Y espero
poder dejar manifiesto a lo largo de mi exposición la relación entre la
religiosidad, o la espiritualidad, y la ecología, o más bien, la situación
actual de desastre ecológico.
La
autoconciencia lleva implícita el conflicto de un yo enfrentado a lo Otro. Lo
Otro incluye a los demás seres humanos, animales y vegetales, a la Naturaleza
en su conjunto.
La
evolución histórica de la autoconciencia es la historia del proceso de
individuación, de la angustia existencial creciente asociado a él y de los
remedios históricos usados por la humanidad para amortiguar esta angustia, es
decir, las religiones y las tradiciones espirituales.
Algunas
fases:
- Individuación creciente, nomadismo, semi-fusión con la naturaleza,
religiones chamánicas.
- Individuación creciente, surgimiento de los primeros asentamientos,
separación creciente de la naturaleza, surgimiento de las religiones
mitológicas.
-
Individuación creciente, primeras ciudades-estados, religiones míticas
organizadas.
Históricamente,
ha habido un equilibrio entre el creciente avance del proceso de individuación
y el rol fundamental de las grandes religiones. Es decir, las tradiciones
pudieron amortiguar mas o menos la angustia asociada a la individuación.
Pero este
equilibrio comenzó a resquebrajarse, especialmente en Occidente, a partir del
Renacimiento. Hasta entonces, las diversas iglesias y corrientes de la
tradición judeo-cristiana organizaron en gran medida la visión occidental de la
identidad humana y de nuestra función en el mundo y sus prácticas y simbolismos
impregnaron profundamente la vida cotidiana occidental desde el final del mundo
romano y helenístico hasta el Renacimiento.
El
desarrollo del racionalismo científico del Renacimiento, el escepticismo y la
secularización de la Ilustración, el darwinismo, el positivismo, la revolución
industrial, el materialismo y el desarrollo científico con sus aplicaciones
tecnológicas han sido hitos que han ido marcando el declive de la función
amortiguadora de la religión en Occidente. Ese declive ha ido sucediendo al
mismo tiempo que una emergencia creciente del individualismo.
No quiero
entrar ahora en los múltiples aspectos sociales, filosóficos o teológicos del
individualismo. Quiero centrarme específicamente en su aspecto psicológico y
espiritual y en la repercusión que el desarrollo de un individualismo extremo
ha tenido y está teniendo en la actual crisis de la civilización humana.
El concepto
de individualismo se utiliza a menudo para hacer referencia a la preeminencia
del individuo como elemento importante y central de todas las cuestiones
relacionadas con la vida humana. Si bien hoy en día la noción de individualismo
expresa una connotación ciertamente despectiva y negativa, la misma surge en el
siglo XV como revalorización del lugar del individuo frente a Dios y a la
religión.
Se puede decir, entonces,
que la noción de individualismo comenzó teniendo una connotación y un
significado completamente positivo y liberalizador. Esto es así debido a que la
misma surge en el período histórico en el cual los valores medievales centrados
en Dios y en la religión como elementos organizadores de la vida empezaron a
entrar en decadencia. Uno de los logros del Renacimiento fue
el de establecer la importancia del
individuo, del ser humano como factor determinante de todos los fenómenos,
otorgándosele así mayor poder, libertad y posibilidad de elegir cómo enfrentar la vida.
La
Revolución Francesa y la Ilustración tuvieron como base la reivindicación de
los derechos individuales frente a los poderes establecidos, expresados en la
Declaración Universal de los Derechos de los Individuos Humanos.
El
individualismo mató a Dios y, una vez Dios muerto, el individuo se encontró
frente a frente con su angustia existencial de yo separado, sin ningún sistema
religioso que la amortiguara.
Aunque esto
no fue realmente así. A medida que
la tradición religiosa judeo-cristiana languidecía en Occidente, dos sistemas
ideológicos trataron de reemplazarla: el mercantilismo capitalista por un lado
y el marxismo por otro, ambos herederos de las teologías cristianas, ambos
nuevas formas seculares de teología mesiánica.
La lucha
entre el marxismo, en sus variadas formas y corrientes, y el mercantilismo
capitalista han marcado la historia de Occidente desde finales del siglo XIX
hasta la caída del muro de Berlín, en 1989, que marcó el final de los estados
comunistas (salvo algunas excepciones como China, Corea del Norte y Cuba) y el
triunfo del mercantilismo capitalista.
Hoy día, el
principal sistema universal de salvación individual y colectiva es el
mercantilismo capitalista, o globalización neoliberal, que está tratando de
(mal) cumplir la función de una nueva teología mesiánica.
4. La religión del mercado del dios dinero.
El
mercantilismo capitalista es la religión secular impuesta al mundo por los
mercaderes, que actúan de sumos sacerdotes. Se presenta como un nuevo sistema
de redención fuera del cual no hay salvación. Su Dios es el dinero, que actúa
en este mundo como un nuevo símbolo de poder, de salvación y de inmortalidad.
Sus Leyes son las del Mercado. Veamos algunas de estas leyes, cuya obediencia
es impuesta a todos:
1. Primera: La obtención de riqueza material (en
forma de capital, objetos materiales o servicios) es el fin último de la
vida humana en la Tierra.
2.
Segunda: Las leyes dictadas por el Mercado son el orden
natural del mundo, la verdad objetiva, la verdad revelada, la palabra y la
voluntad de dios, que sólo puede ser interpretada correctamente por los sumos
sacerdotes del Mercado, a saber, economistas, banqueros, grandes trusts
empresariales, compañías de inversión, agencias de calificación, etc. Estos
sumos sacerdotes se presentan como infalibles y omniscientes. Por lo tanto, las
leyes del mercado son siempre justas y correctas y sus dictados son
mandamientos que están por encima de cualquier otra moral o valor humano ajeno a la obstención de riqueza.
3.
Tercera: La vida humana es tiempo de trabajo, capacidad
productiva. Un individuo humano es lo que produces y vale según la cantidad de
lo que produce. El valor del
trabajo humano viene dado por la oferta y la demanda. El trabajo es simplemente
un coste en los intercambios económicos. En la Religión del Mercado no se
trabaja para vivir, se vive para trabajar.
4.
Cuarta: La naturaleza no es más que una reserva de
recursos necesarios para el proceso de producción o una masa de tierra con la
que especular. La naturaleza no es más que un conjunto de objetos inertes cuya
unica utilidad es ser explotados por el individuo con el fin de alcanzar la
máxima riqeuza material posible.
5.
Quinta: El patrimonio social, cultural y espiritual
acumulado por la Humanidad durante miles de años de historia es sólo capital
fungible que puede ser comprado o vendido, según los designios del Dios
Mercado.
6. Sexta:
El valor de los seres humanos,
de los seres animales, de los seres vegetales y de los seres minerales, así
como el de los objetos manufacturados es únicamente el que estipula el precio
marcado por las Leyes del Mercado. Los seres y las objetos no tienen valor sino
precio.
7. Séptima:
El individualismo económico es la máxima filosofía social del Mercado. El individuo sólo puede alcanzar su
máxima identidad en tanto que productor y consumidor de bienes. El individuo tiene el deber de producir
y de consumir tanto como pueda.
8. Octava: La Redención,
la Salvación (la liberación de la angustia existencial del individuo separado)
se encuentra en el Crecimiento Económico Ilimitado (mayor producción, mayor
consumo).
9. Novena. La producción, el consumo y la
acumulación de riquezas materiales es el rito religioso central de la Religión
del Mercado. En el futuro se producirán más y mejores bienes materiales y se
podrá consumir más y acumular más beneficios. De esta manera, la Humanidad en
su conjunto alcanzará el Paraiso en la Tierra.
9.
Décima: Sólo vence el más fuerte. Para consumir hay que
acumular. La competitividad es la regla de oro de la Religión del Mercado.
Principios éticos tales como compasión, justicia, altruismo, solidaridad,
generosidad, atención a los débiles deben ser considerados supersticiones del
pasado.
En la Religión del Mercado, el
proceso natural de individuación (mayor autocociencia) que debería conducir a
la supraconciencia o Conciencia Universal, se ha pervertido convertiéndose en
un proceso de individualización radical, en el que el individuo humano se
enfrenta y compite contra todo y contra todos: contra sí mismo, contra sus
semejantes, contra otros grupos sociales o étnicos, y en definitivas contra la
misma naturaleza que constituye su nicho ecológico imprescindible para su
propia existencia.
Esta es la situación da como
resultado un conjunto de conflictos serios:
- A nivel interno, en el individuo actual
se da una escisión entre su realidad corporal (biológica) y la autoimagen
mental que tiene de sí mismo.
- A nivel social, los individuos compiten
entre sí por la adquisición de bienes materiales.
- A nivel de civilización humana, las
sociedades humanas luchan contra y se oponen a la naturaleza.
- A nivel de la biosfera, la especie
humana lucha contra, se opone y destruye la trama misma que constituye la base
de su existencia.
El hecho real es que actualmente
el individuo humano se encuentra alienado de sí mismo, de su propia naturaleza
y de la Naturaleza. El vacío existencial y la pérdida de sentido queda
expresado en el aumento dramático de las enfermedades mentales y emocionales de
las sociedades llamadas avanzadas. El malestar de los individuos, el malestar
de las sociedades y de las culturas y el grave deterioro del medio natural
ponen de relieve que la Religión del Mercado ha fracasado como vía de salvación
universal y que sus profecías han resultado falsas.
5. Sobre una Ecología espiritual o una
Espiritualidad ecológica.
Lo que
estamos necesitando para superar este momento histórico de crisis es una
revolución copernicana en el interior de las conciencias de los seres humanos.
Necesitamos deconstruir la ideología liberal según la cual el individuo
humano es el elemento más
importante y central de todas las cuestiones relacionadas con la vida.
Necesitamos salir de todas las ilusiones egocentristas, etnocentristas y
antropocentristas. La Vida no gira alrededor de un eje central llamado
individuo humano de la misma manera que el Sol no gira alrededor de la Tierra.
El ser humano debe ser destronado de su narcisismo antropocéntrico que le hace
creerse el sujeto único de la vida universal. La Tierra no pertenece al ser
humano, el ser humano pertenece a la Tierra.
La acción
depredadora de la Vida que los seres humanos estamos llevando a cabo desde la
revolución industrial, jaleada por las prédicas de la Religión del Mercado y
sus sacerdotes es la causante del deterioro individual, social y medioambiental
que sufrimos.
Debemos ser
claramente conscientes de que no hay redención posible siguiendo este camino.
Por lo tanto, nos enfrentamos al imperativo histórico de una transformación
radical.
6. La transformación necesaria.
·
Transformación individual:
o
Transformar la percepción fragmentada de sí mismo y de la naturaleza por
otra más integradora y holística, basada en la mutua relación de
interdependencia entre todos los seres. Yo no puedo ser sin nosotros.
o
Recuperar el carácter sagrado de la vida, incluyendo a todos los seres,
ya que la vida es manifestación del Espíritu Invisible.
·
Transformación social.
o
Promover una sociedad basada en la moderación en el consumo, que
recupere y fomente los valores de comunidad y solidaridad, que promueva
activamente la lucha contra la injusticia, la pobreza y la desigualdad, y que
se integre armoniosamente en su ecosistema.
o
Educar a nuestros hijos respetando sus ritmos y necesidades
vitales, emocionales, corporales y
espirituales, de manera que crezcan como seres humanos conectados consigo
mismo. De esa manera madurarán como hombres y mujeres libres, pacíficos, y con
un claro sentido de responsabilidad y empatía hacia el resto de la red de la
vida.
·
Transformación política, económica, espiritual.
7. El compromiso.
Esta transformación no puede darse sin
compromiso y sin el ejercicio de la responsabilidad.
· Responsabilidad individual, mediante el cultivo de una ética de moderación en
el consumo, de respeto y armonía con el entorno. Cada hombre y mujer ha de
asumir plenamente un consumo responsable y un estilo de vida basado en la
simplicidad voluntaria. Nuestra responsabilidad
individual es la de despertarnos y tomar conciencia del mundo real. Somos
co-responsables de lo que estamos experimentando ahora. El victimismo es una
delegación de responsabilidad. La Religión del Mercado funciona sólo porque los
individuos hemos sucumbido a su canto de sirena. Ahora debemos tomar conciencia
del poder de nuestro deseo y aprender a usarlo sanamente para nuestro bien y
para el bien colectivo. Necesitamos una nueva cultura del deseo.
La sabiduría popular nos
enseña que: “No es más feliz quien más tiene (quien más consume) sino quien
menos desea”. Esta es también la enseñanza central del Budismo Zen.
Si queremos detener y
liberarnos de este engranaje infernal debemos asumir la responsabilidad
individual de reducir conscientemente nuestros deseos: reduciendo nuestros deseos, la cantidad
de poder adquisitivo que necesitaremos para satisfacerlos también se reduce. Al
reducir la necesidad de poder adquisitivo, reducimos la necesidad de vender
nuestro tiempo de vida (nuestro trabajo) a cambio de un salario, recolocando de
esta forma la función del trabajo en nuestras vidas y redescubriendo una verdad
de Perogrullo: no vivimos para trabajar sino que trabajamos para vivir. Al
reducir nuestro tiempo de trabajo, reduciremos inevitablemente la
productividad. Al reducir la
productividad (que no es otra cosa que la transformación de recursos naturales
en productos manufacturados) reduciremos el uso de recursos naturales. Al
reducir el uso de recursos naturales, reducimos la degradación ecológica.
De esta forma podremos
ralentizar primero y estabilizar después el crecimiento económico hasta
convertirlo en un crecimiento sostenible y solidario, con los demás seres
humanos y con la naturaleza, e incluso en un decrecimiento que iguale a los que
más tienen con los que menos tienen.
Individualmente tenemos que
vacunarnos y liberarnos interiormente del virus destructor que los
propagandistas de la Religión del Mercado nos han inoculado. Tenemos que
reducir nuestros deseos y negarnos tanto a una productividad como a un consumo
inmorales, insanos e insensatos.
Pero también, para
liberarnos del virus que los propagandistas de la Religión del Mercado ya han
inoculado en nuestras mentes, necesitamos reflexionar, despertarnos,
identificar, desmontar y desestructurar la ideología y las creencias que
vertebran a la Religión del Mercado y que actúan en nuestro interior, sin que
muchas veces seamos conscientes de ello.
· Responsabilidad de los dirigentes espirituales,
políticos, sociales y económicos en asumir un protagonismo especial a la hora
de reconocer la gravedad de la situación y de fomentar los necesarios cambios
en las actitudes y comportamientos del conjunto de la sociedad.
·
Responsabilidad de los Estados y de las instituciones políticas.
·
Responsabilidad de las tradiciones espirituales y corrientes humanistas se impliquen de manera
decidida, contribuyendo desde sus respectivas visiones a fomentar el sentido de
pertenencia, respeto y armonía del ser humano con la Tierra.
·
Responsabilidad de las instituciones económicas.
· Responsabilidad de los medios de comunicación para fomentar la
información necesaria para generar sociedades conscientes de los problemas y
responsables ante su solución.
·
Responsabilidad de la sociedad civil, que debe
organizarse en movimientos cívicos a través de los cuales los ciudadanos asuman la defensa activa
de los ecosistemas en los ámbitos locales, regionales y planetarios. Colectivamente
tenemos que movilizarnos y actuar pacíficamente como ciudadanos constituidos en
grupos de opinión y de presión.
Dokushô Villalba
Estella-Lizarra
3 Julio 2011
[1] Este
texto recoge las notas de la conferencia que impartí en el FORO ESPIRITUAL DE
ESTELLA el 4 d ejulio del 2011.
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