«Estudiar la vía del Buda, estudiar la vía del Zen, significa estudiarse a sí mismo.
Estudiarse a sí mismo requiere el olvido de sí mismo.
Olvidarse a sí mismo significa ser naturalmente reconocido por todas las existencias del universo».
En estas palabras de Dogen Zenji podemos encontrar la esencia de la práctica de meditación Zen.
Para poder sentir lo que realmente somos, tenemos que olvidar lo que hemos creído ser hasta ahora. Olvidarse a si mismo quiere decir olvidar la imagen que tenemos de nosotros mismos, olvidar la identificación, olvidar esa imagen mental con la que nos identificamos.
Nuestra existencia como seres perceptivos y cognitivos es profunda y compleja. Creemos que el yo es una entidad encerrada dentro de este cuerpo que llamamos mío. Nos identificamos con un nombre, con un lugar de nacimiento y unos determinados valores culturales, educativos, religiosos.
Nos identificamos con las emociones de atracción y rechazo que experimentamos, pero nuestra mente es mucho más profunda y compleja. Lo que llamamos nuestra mente sólo puede existir en la interacción con otras mentes. Nuestra mente es simplemente un nudo dentro de una infinita red formada por decenas de millones de nudos.
Para encontrar el sí mismo, el verdadero sí mismo, es necesario disolver las identificaciones, es decir, esos aspectos parciales y limitados de nuestro ser. Zazen es la práctica de la desidentificación. Si aparece un pensamiento, déjalo pasar. Si aparece una sensación corporal, déjala pasar. Si aparece una emoción, un recuerdo, una tensión, un proyecto … déjalos pasar como si fueran trozos de madera que flotan a la deriva en la corriente de un río.
Cuando uno se olvida a sí mismo, cuando uno se funde en la acción, cuando objeto y sujeto se juntan y desaparecen, cuando en la vida cotidiana cada uno de los gestos es realizado más allá del cálculo egocéntrico, cuando no hay una preocupación excesiva del yo y de lo mío, cuando eres lo que eres y estás totalmente en lo que estás haciendo entonces … todas las existencias del universo -los árboles, el cielo, la tierra, los pájaros, las montañas así como los seres humanos- certifican naturalmente que eres lo que eres.
A veces, en nuestras relaciones con los seres humanos, los conflictos surgen de la necesidad que tenemos de ser reconocidos por los otros. A veces sentimos una necesidad compulsiva de reconocimiento. La frustración subsiguiente es inevitable cuando este reconocimiento no se da, no se obtiene o no se da en la medida o la intensidad con la que a nosotros nos gustaría que se diera.
Buscamos el reconocimiento de los demás pero, al mismo tiempo, no estamos muy predispuestos a reconocer a los demás. Al identificarnos con una existencia individual buscamos desesperadamente ser reconocido en nuestra inteligencia, eficacia, belleza, arte o en lo que sea. Esta necesidad compulsiva de reconocimiento puede darse en muchos grados e intensidad. En los más extremos nos encontramos con un narcisista rodeado de admiradores. En el mundo espiritual encontramos muchos «maestros» así.
Tenemos que entender que buscar el reconocimiento externo es la manifestación de nuestra propia incapacidad de reconocernos a nosotros mismos. Puesto que no somos íntimos con nuestro ser buscamos desesperadamente que alguien nos reconozca y nos haga sentir que somos algo o alguien. La vía del Zen es la vía del auto-reconocimiento. Tenemos que reconocernos a nosotros mismos en lo que somos, tal y como somos. Pero para poder reconocernos en lo que realmente somos, necesitamos olvidar lo que hemos creído ser hasta ahora.
De esta manera cuando uno lo olvida todo acerca de sí mismo, cuando uno olvida todas las imágenes mentales y emocionales a través de las cuales uno se concibe a sí mismo, cuando uno borra su propia personalidad, cuando uno vacía de alguna forma la mente, cuando uno lo olvida todo y sencillamente es lo que es tal y como es, instante tras instante, aquí y ahora tras aquí y ahora, entonces… no necesitamos reconocimiento de ningún tipo, ni exterior ni interior. La propia calidad de nuestra experiencia aquí y ahora borra nuestra necesidad de reconocimiento.
Paradójicamente, cuando somos reales aquí y ahora, aunque no busquemos el reconocimiento, el reconocimiento llega. Las diez mil existencias del universo saben reconocer la autenticidad del que es lo que es. Los animales saben cuando somos auténticos con ellos.
Para estudiarnos a nosotros mismos tenemos que olvidar todo lo que creemos saber de nosotros mismos. Cuando lo olvidamos todo acerca de nosotros mismos, todas las existencias del universo están ahí reconociendo que eres lo que eres.
Del libro "Fluyendo en el presente eterno"
Dokushô Villalba
Miraguano Ediciones, Madrid.
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