El sexto patriarca Hui-neng alcanzó un súbito despertar al oír la frase del Sutra del Diamante según la cual “cuando la mente no se detiene sobre nada, la verdadera naturaleza de la mente aparece”. En el lenguaje moderno a esto se le llama «fluir».
Fluir es una manera de ser en el tiempo, de ser tiempo. Aquí y ahora nuestras sensaciones, percepciones, ideas, imágenes, emociones, recuerdos, anhelos, rechazos, etc. forman el río de la actividad de la mente. Este río fluye instante tras instante. Nunca está quieto. A esto se le llama impermanencia.
Cuando sentimos que nuestro propio ser es un río que se desliza y se transforma continuamente, puede que surja el miedo. El miedo genera resistencias. A veces tenemos la sensación de que el río de la vida fluye demasiado rápido. Por lo tanto queremos poner diques de contención para controlarlo, pero ya Lao-tsé, en el Tao Te King, dijo que “el mundo es una vasta corriente de energía imposible de controlar”. Es importante que comprendamos y aceptemos este «imposible de controlar». En el Zen se dice fukatoku, «imposible de aferrar», imposible de detener. Es inútil pues resistirse.
Además debemos comprender que no existimos solos. Nuestra mente existe en interdependencia con la mente de todos los seres humanos, de todos los seres vivientes. Nuestra mente sólo existe en interdependencias con el movimiento del sol, de la luna y de las estrellas. Nuestra mente es como una gota de agua dentro de una corriente de agua inmensa, enorme, y no podemos oponernos al curso de los acontecimientos aplicando nuestros miedos y resistencias a voluntad.
Fluir es no resistirse, aceptar, entregarse al río de la vida. Esta es la razón por la que durante zazen debemos evitar el estancamiento, la fijación. El estancamiento se produce cuando aparece el apego o el rechazo a cualquiera de los contenidos que atraviesan, instante tras instante, nuestro campo de experiencia. El cansancio, por ejemplo, no debe ser considerado como obstáculo. Simplemente es una percepción más que surge en el curso del río de la mente. El miedo tampoco es un obstáculo cuando podemos observarlo con ecuanimidad.
Según la teoría científica nada puede alcanzar ni superar la velocidad de la luz pero, según la enseñanza de los Budas y Patriarcas, la conciencia - cuando no se detiene en nada, cuando no es frenada por nada- es mucho más rápida que la luz.
Del libro "Fluyendo en el presente eterno"
Dokushô Villalba
Ediciones Miraguano, Madrid.
Foto: Dokushô Villalba.
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