miércoles, 4 de noviembre de 2009
Vivimos en común-unidad
En este mundo de samsara las cosas no son lo que parecen. Las cosas parece que son lo que son dependiendo del punto de vista desde el que se las mira. Un dicho zen dice: “Una mujer joven y hermosa es una delicia para su amante, una desgracia para el asceta y una buena comida para los lobos”. Todo depende del punto de vista desde el que se mire.
Un bosque es el hogar de las ardillas, una reserva maderera, un coto privado de caza o un buen lugar para fundar un templo zen. Depende del punto de vista desde el que se mire.
Lo que veamos a cada momento depende del punto de vista desde el que miremos. Por lo general, nuestros puntos de vista están distorsionadas por lo que en el zen se llama bonnos. Bonno es una palabra japonesa, traducción del sánscrito klesa, que literalmente significa: «aquello que perturba, que distorsiona». Los klesas son distorsiones cognitivas, nubes, nieblas o velos que deforman, perturban y distorsionan nuestra percepción de la realidad.
Cuando nos encontramos en un estado de fiebre percibimos el mundo desde una mente perturbada por la fiebre vemos puntos luminosos en el espacio que, en realidad, no existen más que en nuestra mente enfebrecida. También durante la vida cotidiana, aunque no estemos físicamente enfermos, sufrimos continuamente erupciones de distintas fiebres que, de igual manera, trastornan o perturban la percepción clara de la realidad, haciéndonos ver serpientes ahí donde sólo hay una manguera vieja (1). Por lo general, proyectamos en los demás aquellos klesas que no queremos reconocer en nosotros mismos, Cristo mismo dijo que “es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio”.
La vía del zen, la práctica de zazen es tomar conciencia de los propios klesas, de los bonnos que perturban y distorsionan la percepción que tenemos de la realidad y de los demás. Practicad con la convicción de que cada uno debe hacer su propio trabajo. No perdáis el tiempo elaborando un minucioso inventario de los defectos de los demás.
A lo largo de nuestra vida cometemos muchos errores. Esto forma parte de la naturaleza humana. Progresamos a través de la experiencia y del tanteo, a través de la exploración y, a veces, explorando la vida, uno elige caminos desafortunados. La mejor manera de paliar los efectos de un error pasado es reconocerlo, tomar claramente conciencia de que se trató de un error y, desde ahí, enfocar una buena dirección.
En la vida de la sangha debemos apoyarnos los unos a los otros, tanto en los momentos de acierto como en los momentos de error. El que este libre de error que dicte la primera sentencia de culpabilidad. La actitud a desarrollar es siempre la de una gran atención y vigilancia sobre la actividad de la propia mente. ¿Qué clase de pensamientos, de juicios, de emociones, de impregnaciones inconscientes están surgiendo en cada momento, alterando la percepción de la realidad o condicionando esta percepción?
Por otra parte, si encontramos algún hermano o alguna hermana en el camino cuya mente está siendo nublada por la envidia, por la tristeza o la depresión, por la frustración, por la agresividad o por cualquiera de los klesas que empañan el campo de conciencia, esa es una buena oportunidad para que desarrollemos y mostremos ampliamente nuestra compasión. Entonces es cuando podemos se un apoyo para el otro.
De la misma manera que alguien que está siendo arrastrado por la corriente de un río puede ser apoyado y ayudado por alguien que desde fuera del río está bien sujeto a un árbol, así podemos nosotros ayudar a nuestros compañeros de camino, si nuestra mente está bien sujeta en el árbol de la comprensión y de la compasión.
En el río de la vida todos estamos fluyendo. Todos fluimos en el mismo río, pero a veces las corrientes del río son más rápidas en un lugar que en otro. Las aguas pueden volcar nuestras canoas. Es bueno que haya ahí alguien para ayudarnos. Es bueno que estemos ahí pata ayudar a los demás. Es bueno que estemos ahí para ayudarnos y apoyarnos los unos a los otros.
No penséis que vuestra percepción es la verdad absoluta. Cada uno de nosotros no somos más que un reflejo de un diamante único. Para poder percibir el poder y la naturaleza de este diamante tendríamos que incluir los miles de millones de reflejos. Cada uno de nosotros tiene su punto de vista. Cada punto de vista es legítimo pero no debemos olvidar que se trata simplemente de un punto de vista y que hay otros, otros muchos. La vida en comunidad está basada en el respeto mutuo, en la compasión. Para poder vivir en comunidad tenemos que aprender a oír a los demás. Tenemos que estar abiertos y receptivos al punto de vista del otro. Imponer el propio punto de vista es violencia y agresión.
Cuando miramos con el lente de aumento de la atención podemos darnos cuenta de que en el microcosmos de nuestras relaciones íntimas se dan los mismos principios, reacciones y esquemas que encontramos en el nivel macrosocial, en el ámbito de Estados y de las grandes políticas. No nos hemos comprometido con una práctica espiritual para seguir con los viejos esquemas mentales y emocionales. Debemos comprender que tenemos una oportunidad única de transformar nuestra mente, nuestras reacciones, nuestras compulsiones y automatismos. Tenemos la capacidad de crear una familia espiritual unida por lazos de amor, de claridad y de despertar espiritual. Debemos mantenernos bien alertas y acechar continuamente los pequeños demonios o los pequeños monstruos que puedan surgir en nuestra mente en forma de klesas, bonnos, o distorsiones. Os lo ruego, permanezcamos atentos.
(1) Esta imagen es una utilización libre de una metáfora extraída del Sutra del Loto. En términos modernos sería algo así: un hombre vuelve a su casa de madrugada, después de haber bebido copiosamente. Al atravesar el jardín ve una enorme serpiente. Agarra una estanca y la golpea con furia. Satisfecho, se va a dormir. A la mañana siguiente, una vez recuperada la sobriedad, va al jardín y se encuentra la manguera completamente destrozada.
Del libro "Fluyendo en el presente eterno".
Dokushô Villalba
Ediciones Miraguano, Madrid.
Foto de Dokushô Villalba
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