Estamos teniendo una sesshin (1) marcada por el viento y por la lluvia.
Así como es fuera es dentro, y así como es dentro es fuera. El viento
está asociado a la actividad, al karma. En la enseñanza budista se
habla muchas veces del viento del karma. Karma es aquello que se mueve,
aquello que actúa. Cuando el viento es fuerte fuera, todo se mueve
también dentro. Las poblaciones que están sometidas a la presión
continua de un determinado tipo de viento, tienen características
propias. En algunos lugares se dice que las personas que viven allí
están un poco locas, a causa del viento.
Cuando el viento se mueve, la mente tiene tendencia a moverse. El
elemento aire es movimiento, inestabilidad. Puede que estos días de
sesshin echemos un poco de menos una cierta consistencia o solidez en
nuestra mente, en nuestras emociones y actitudes. Debemos poner
conciencia en la interrelación de nuestro mundo subjetivo con el mundo
objetivo, y viceversa. Podemos comprender que entre el mundo interior y
el exterior no hay diferencias. Estamos íntimamente unidos, conectados,
con todos los fenómenos del cosmos. El clima nos influye. A veces nos
sentimos de una manera, otras de otra. Unas veces estamos alegres,
otras sombríos. A veces activos, a veces perezosos. Nuestros estados de
ánimo son el producto de nuestra interrelación con el mundo que nos
rodea y también de nuestra propia predisposición interna. Cuando el
viento sopla fuerte en una sesshin, la mente también se mueve, gira,
crea remolinos internos. Hay que desarrollar mucha paciencia, mucha
observación y distanciarse, de alguna forma, del movimiento de la mente
a fin de no ser arrastrado por esta actividad.
Bien. Comencemos el teishô después de este preámbulo. Teishô es la
enseñanza del maestro. Durante el teishô se espera que el maestro
pronuncie algunas palabras. Hoy, el maestro está cansado de pronunciar
tantas palabras. Hablar, hablar, hablar ... Blá, blá, blá ... Hoy sólo
tengo ganas de decir baba, wawa ... baba, wawa ...
Enseñar el Zen con palabras es como querer atrapar el aire con un
colador. Los seres humanos hemos creado el lenguaje. Hemos desarrollado
una mente conceptual y simbólica. Hemos puesto nombre a muchos aspectos
de la realidad y estamos tan absortos en nuestro invento que hemos
olvidado que estos símbolos no son nada mas que símbolos y, de ninguna
manera, la realidad.
No penséis que lo que dicen mis palabras es la verdad absoluta. Son
simplemente pinceladas, ideas, conceptos, imágenes. Son dedos que
señalan la luna, que no la luna en sí. Mis palabras no deben ser
tomadas como la luna en sí. No obstante, de alguna forma, la labor del
maestro es parecida a la de un escultor: de un trozo de granito o de
piedra debe crear una bella forma a base de cinceladas, a base de
martillazos. Un solo martillazo no puede hacer una escultura, pero
muchos de ellos terminan por hacerla.
Cada teishô, cada enseñanza, es como un martillazo en la roca de la
ignorancia. Cada martillazo aparta un trozo de incomprensión, un trozo
de ideas erróneas. De esta manera va surgiendo la verdadera forma
dentro de la naturaleza del discípulo.
A veces, cuando se enseña, hay que recurrir a la negación. Decir: no es
ésto, no es aquello, no es por aquí, no es por allá. Estas negaciones
son como martillazos que quitan pensamientos erróneos. No gastéis
demasiada energía en adheriros fervientemente a lo que os digo. No
rechacéis visceralmente tampoco lo que escucháis. Recibidlo
sencillamente, sin más, como si estuvierais oyendo la lluvia que cae.
Considerad mis observaciones como hipótesis de trabajo, como
sugerencias y, sobre todo, sentid lo que estas enseñanzas mueven dentro
de vosotros. Miraos a vosotros mismos, observad vuestras propias
reacciones. De esto se trata.
El koan (2) de esta sesshin es ¿cuál es el propósito de mi vida? Si
durante este sesshin llegáis a descubrirlo, ya no necesitaréis
practicar sesshin de segundo nivel. No necesitáis practicar sesshines
de ningún nivel ya que todas las sesshines serán plenas y completas.
Estamos enfocándonos sobre el sentido de nuestra existencia. Acaba de
salir el sol. Las gotas de lluvia suspendidas en las agujas de los
pinos brillan como piedras preciosas. La vida, ¿tiene o no tiene algún
sentido? En concreto, mi propia vida, ¿tiene o no tiene sentido?
A veces vivimos simplemente por vivir. Unas veces sentimos que nuestra
vida tiene sentido, pero otras nos parece que no tiene sentido. ¿Cuál
es verdad? Unas veces creemos estar fluyendo en una buena dirección,
otras por el contrario nos da la sensación de que vamos en dirección
prohibida, en dirección contraria. A veces sentimos que caminamos en
circulo y, otras, sencillamente no sabemos dónde está el norte, el sur,
el este, o el oeste.
Clarificar el sentido de nuestros actos, de nuestros pensamientos y de
nuestras palabras es muy importante. Algunos científicos dicen que la
vida no tiene ningún propósito, que es un accidente acaecido en la
vastedad del universo. Dicen que el proceso de la vida está movido por
el azar y la necesidad.
Desde el punto de vista del budismo, el azar no es más que ignorancia
de la relación causa-efecto. Allí donde no vemos las causas de un
efecto, decimos que se está manifestando el azar. Lo que en realidad
ocurre es que sencillamente no sabemos cuáles son las causas de tales
efectos. Y, en lugar de reconocer nuestra ignorancia, decimos que el
azar se está manifestando.
El río Guadiana es conocido porque en su recorrido aparece y desaparece
de la vista cuando se adentra en el interior de la tierra. Alguien que
no sepa ésto y vea aparecer de pronto un río de las rocas, puede pensar
que ese río está surgiendo de forma fortuita en ese momento. No
obstante, aquellos que han explorado el río desde su nacimiento saben
que se trata del mismo río que desaparece antes, en algún tramo de su
recorrido. Estos pueden establecer una relación y una continuidad entre
un tramo de río anterior a su ocultamiento en la montaña y el otro
tramo en el que reaparece. Igual sucede con lo que nosotros llamamos
azar. Esta idea de que la vida es fruto del azar y de la necesidad se
ha extendido por muchas estractos sociales y ha influenciado a mucha
gente. Uno de los eslóganes del movimiento punk es «non futur», no hay
futuro. ¿Qué quiere decir ésto? ¿Qué están tratando de decir? Están
diciendo que han perdido el sentido de la vida, la dirección, el rumbo,
el propósito. Si no sabemos hacia dónde vamos, el futuro se vuelve
borroso, inexistente.
Si no sabemos qué dirección dar a nuestro esfuerzo perdemos la
determinación de realizar esfuerzo alguno. Siento que mucha gente vive
sin dirección, sin rumbo. Se van quedando en la cuneta del progreso.
Es cierto que el actual sistema económico neoliberal, con su filosofía
y cosmovisión inherentes, está marcando una cierta dirección: la de la
pura supervivencia del más fuerte. Para este sistema, el más fuerte es
quien tiene más éxito. Y el concepto de éxito es equiparado a renta per
capita. Mucha gente está siguiendo esta dirección. El sistema
capitalista neoliberal se está extendiendo por todo el mundo, impulsado
por el imperio norteamericano y seguido en cohorte por la mayoría de
las naciones, ricas o en vía de enriquecimiento. Para todas ellas, el
sentido de la vida humana es la búsqueda del enriquecimiento material.
Para ser ricos hay que producir riquezas. Y una vez producidas, las
riquezas deben ser consumidas. De esta forma, el sentido de la vida que
se propone es el de producir y consumir, producir y consumir. Se deduce
de ello que cuanto más produzcas y más consumas, más sentido tendrá tu
vida. Sin embargo, no es eso lo que vemos. La mayoría de la gente se
siente prisionera de este engranaje, como un hámster dando vueltas en
la noria de su jaula. El sentido que propone el neoliberalismo es el
enriquecimiento por el enriquecimiento. Esto supone, en realidad, una
gran pérdida de visión del sentido pleno de la vida humana. Hay mucha
gente que no comulga con esta propuesta y son muy numerosos los que
siguen esta dinámica infernal por la pura necesidad de sobrevivir,
aunque en el fondo sienten que es una dirección errónea.
¿Cuánta gente va a trabajar cada mañana, toma el autobús o el metro, y
se dirige a su oficina, a su puesta de trabajo, a su lugar dentro de
esta gran cadena de montaje, o de este gran montaje en cadena? Miles,
millones de personas lo hacen cada día. ¿Porqué, para qué? ¿Cuál es el
sentido de sus vidas? ¿Cómo sienten el sentido de sus vidas?
No está de moda el preguntarse sobre el sentido de la vida. No es algo
que sea favorecido por los poderes establecidos. No es algo que la
televisión aliente, mas bien se alienta lo contrario: «No te preocupes
de nada, no pienses, no reflexiones. ¡Trabaja! ¡Gana dinero y gástatelo
en lo que más te apetezca!» Y al día siguiente vuelve a trabajar, gana
más dinero y gástatelo en lo que más te apetezca. Y ya está. Este es el
no-sentido de la vida. La mayoría de los medios de (in)comunicación
están enfocados en la tarea de narcotizar en este sentido a la
población productivista-consumista. Se trata de que nadie pueda
reflexionar ni hacer preguntas. Especialmente la pregunta ¿cuál es el
sentido de mi vida?
Si estos millones de personas pudieran pararse, si tuvieran la libertad
de poder parase y, por un momento, preguntarse por el sentido de sus
vidas, la maquinaria de producción-consumo se colapsaría
automáticamente.
En el entorno social y cultural en el que nos encontramos hay una
tendencia general a reprimir la necesidad de sentido que los seres
humanos tenemos. No es de buen gusto. No es productivo. No te hace
rico. Nosotros, buscadores de la Vía, vivimos en este entorno
socio-cultural y recibimos también esta influencia, nos demos cuenta o
no de ello. Nosotros que, de alguna forma, estamos comprometidos con
una vía de despertar espiritual, debemos permanecer atentos.
Necesitamos clarificar el propósito de nuestra existencia. ¿Dónde
podemos encontrar el sentido de nuestra vida? En nuestro propio
corazón. Cada ser humano lleva inscrito en su propio corazón el
propósito de su existencia. ¿Cómo conectar con nuestro propio corazón?
Zazen es la respuesta. Gracias a la práctica de zazen, a la poderosa
interiorización que genera, podemos hacernos íntimos con nosotros
mismos y sentir desde lo más profundo de nuestra subjetividad la
dirección que queremos darle a nuestra corta existencia.
Ninguna ideología, ningún sistema religioso o filosófico puede darnos
un verdadero sentido de la vida. Esto es algo que sólo podemos
descubrir vivencialmente en nosotros mismos, por nosotros mismos. Las
filosofías, las religiones y las ideologías pueden ayudarnos a
clarificar nuestra percepción. Pero la asunción ciega e irreflexiva de
unas premisas ideológicas, sean cuáles sean, no pueden sernos de
verdadera ayuda.
El sentido de la vida es algo intangible. Es una actitud, un estado de
conciencia que hace que nuestros actos, pensamientos y palabras se
vuelvan verdaderos, auténticos y reales para nosotros mismos.
Necesitamos autenticidad. Necesitamos sentirnos auténticos en nosotros
mismos.
En la medida en la que clarifiquemos el sentido de nuestra vida nos
sentiremos más y más felices y estaremos cada vez más en paz con
nosotros mismo. La verdadera felicidad surge del sentimiento de
autenticidad, del sentir que uno está haciendo lo que tiene que hacer.
¿Qué es lo que uno tiene que hacer? He aquí una buena pregunta.
Nuestros padres nos dijeron que teníamos hacer esto o aquello; nuestros
profesores nos dijeron que teníamos que ser así o asao; nuestros
instructores militares nos dijeron lo que teníamos que sentir sobre la
patria; nuestros jefes, nuestros gobernantes, los poderes que rigen
nuestra vida, nuestros asesores espirituales, confesores, etc. nos
dicen que tenemos que hacer esto o lo otro.
Resultado de todo ello es que ahora somos el fruto de un conjunto de
ordenanzas introyectadas. Somos productos de aserciones venidas desde
el exterior de nosotros mismos. Todos estos patrones constituyen lo que
Freud y los psicoanalistas llaman superego.
En el proceso de despertar y de maduración personal, uno tiene que
tomar conciencia de ésto, plantarse y preguntarse ¿qué es lo que yo
siento que tengo que hacer desde el fondo de mí mismo?
¿Cómo podemos saberlo? A través de zazen. Gracias a la práctica de
zazen nos hacemos íntimos con nosotros mismos, dejamos de estar
enajenados (literalmente: dominación de lo «ajeno» en nuestro mundo
interno). Durante zazen nos sentimos a nosotros mismos con cada célula
de nuestro cuerpo. Nos volvemos reales ante nosotros mismos. Nuestras
tensiones internas, nuestros conflictos, nuestro dolor y sufrimiento se
vuelven reales y son percibidos realmente.
¿Cómo ser, cómo hacer a partir de este contacto con uno mismo? El
sentido de la vida está grabado en cada una de nuestras células. Aunque
nuestra mente consciente se sienta desorientada y confundida, nuestras
células no han perdido el sentido de la vida -salvo las cancerígenas,
que son células que se han vuelto locas, que confunden el norte con el
sur y, en vez de proteger la vida, la destruye. El cáncer es la
enfermedad típica de una sociedad que ha perdido el sentido de la vida.
Cuando una civilización gira en círculo vicioso, cuando se engolfa en
una autocontemplación narcisista, cuando la sensación de que la vida no
tiene sentido se apodera de la gente, la sabiduría natural de nuestra
propia biología se ve alterada. Las funciones fisiológicas, la
sabiduría de los órganos internos, de los tejidos, de las células, de
las moléculas se ven alteradas. El principio de la vida es el principio
rector de toda la actividad, biológica, corporal, química, eléctrica,
electromagnética, emocional, intelectual y espiritual. Este principio
rector es el eje del mundo, el arbor mundi, el árbol del mundo, el
árbol de la vida. Si el eje del mundo no está claro, si la dirección no
está clara, entonces … hacia dónde ir. Si no hay principio rector que
unifique la totalidad de lo que somos como seres humanos, cada célula
puede seguir su propio camino; cada órgano puede funcionar según le
parezca; la actividad emocional puede disociarse de la intelectual,
etc. Resultado de ello es que hacemos cosas que no queremos y no
hacemos las que queremos. Surge el disfuncionamiento. Y, al final de
este camino, el milagro de la vida se rinde a la disgregación. Esto es
el cáncer: disgregación prematura de la vida por falta de principio
rector, o por falta de coherencia interna con un principio rector
existente.
Los principios por los que se rigen la mayoría de las civilizaciones
han sido impuestos a sangre y fuego por los poderes políticos,
militares o religiosos a una población adocenada. La mayoría de los
principios de lo que pomposamente llamamos civilización han sido
impuestos mediante la coacción, la violencia y el asesinato.
Hoy día la civilización occidental está en crísis. Todos los valores
han sido relativizados; las ideologías han muerto; los grandes sistemas
religiosos de la antigüedad ya no satisfacen a la mayoría; la política
está muy deteriorada ante los ojos de los ciudadanos. Es una época
convulsa que contiene en sí los gérmenes de un gran renacimiento del
espíritu humano y, al mismo tiempo, las semillas del caos y del sálvese
quién pueda.
¿Qué camino seguir? ¿Qué orientación tomar? El nihilismo se extiende
como una plaga. Muchos son los que sienten que no hay futuro, no hay
sentido. Cada uno trata de sobrevivir como puede. El individualismo, es
decir, la salvación individual como único credo, corroe, como un
cáncer, el tejido social. No hay fin común. El individualismo, como
creencia en la exclusiva salvación individual, impide que los seres
humanos nos unamos en pos de un fin común. El individualismo es una
disgregación del tejido social.
Hoy casi nadie quiere entregarse a ninguna causa que no sea la suya
propia. Yo y lo mío es lo primero. Estamos perdiendo el sentido del
consenso, del trabajo en común en pos de una meta compartida y
beneficiosa para todos. Necesitamos aunar esfuerzos individuales con el
fin de crear un cuerpo mas grande y generar un tipo de vida más amplia
y más rica en sentido profundo. Solos no somos nada ni nadie. Juntos,
nuestras vidas individuales adquieren verdadero sentido. No obstante,
el individualismo crece y crece como un cáncer social. Este es uno de
los aspectos más negativos que nos llega de la influencia
norteamericana, (a su vez, la cultura norteamericana actual es hija
directa de los valores de la revolución francesa, desarrollados muy
unilateralmente en su aspecto de «derechos individuales», y olvidando
su contrapartida de «responsabilidades individuales»).
Las ultimas previsiones de las inmobiliarias en las grandes ciudades
nos dicen que ya no es rentable construir pisos de tres y cuatro
dormitorios, con cocina grande, con salón grande, con dos cuartos de
baño, etc. Esto ya no se vende. ¿Qué es lo que se está vendiendo más?
Pequeños apartamentos de un dormitorio, una cocinita, un baño y un
saloncito. Es decir, viviendas individuales. La tendencia es hacia un
aislamiento cada vez mayor del individuo, de un individuo desconfiado.
¿Tiene esto sentido? Esto un gran problema.
Yo no poseo el sentido de la vida general para todos. Ningún individuo
tiene el sentido completo de la vida. El sentido general de la vida
surge de nuestras interrelaciones, cuando todos vibramos al unísono en
una nota común. Esto funciona como una orquesta. Una sinfonía no puede
ser interpretada por un violín solitario ni por un contrabajo solitario
ni por un tambor solitario. Así carece de sentido y de riqueza. Es
cuando todos los instrumentos vibran juntos en armonía que aparece la
belleza de la música sinfónica. Nuestra vida es así.
En un marco como el del templo Luz Serena, durante una sesshin como
ésta, podemos llegar a sentir profundamente esta realidad. No se trata
solo de entenderlo o estar de acuerdo o en desacuerdo, sino de
sentirlo, de experimentar cómo el resultado de la fusión de nuestros
esfuerzos es mucho más que la suma de nuestras individualidades. Lo que
surge es algo nuevo, un fenómeno nuevo, un nuevo estado de conciencia
más amplio y expandido.
Desde el punto de vista del budismo, todos somos parte de un gran todo,
y el sentido verdadero de nuestra existencia sólo puede surgir cuando
nos unificamos con ese todo. Al mismo tiempo, dado que formamos parte
de una realidad holográfica, cada uno de nosotros tiene toda la
información del sentido global del todo y del propósito de la vida
universal. Tenemos que buscar y encontrar esa información. ¿Dónde?
Dentro de nosotros mismos, dónde si no. En esto consiste la práctica de
la meditación. Practicar zazen es profundizar cada vez más en el
sentido de la vida, en el sentido que la vida tiene para uno mismo.
Si tuviéramos que encontrar un consenso acerca del sentido global de la
vida, ¿cuál sería? Personalmente siento que podría ser el propósito de
ser feliz, real y verdaderamente feliz. Sea como sea que cada uno
entienda o imagine la felicidad, todos los seres humanos, animales y
vegetales queremos ser felices. Esto es, ninguno queremos sufrir,
ninguno queremos que se nos infrinja daño. De aquí podríamos deducir un
derecho universal: Todo ser sensible tiene el derecho de no ser dañado.
Y paralelamente una responsabilidad universal: Todo ser sensible tiene
la responsabilidad de no causar daño. ¿Podríamos encontrar un propósito
común? Siento que sí podemos. Algo así como «no hagas a los demás lo
que no te gustaría que los demás te hicieran a tí mismo. Haz a los
demás lo que te gustaría que los demás te hicieran a tí mismo». Esto es
enormemente simple y, al mismo tiempo, enormemente complejo.
Si tenemos claro es el sentido de nuestra vida y si enfocamos todos
nuestros recursos, nuestra inteligencia, nuestras emociones, nuestros
bienes materiales en la dirección que nos dicta este sentido, entonces
podemos vivir y morir sintiendo que hemos vivido una vida auténtica,
acorde a nuestra propia conciencia.
Mi sentir es que el sentido subjetivo de la vida, experimentado en lo
más profundo de la propia interioridad, es el eje espiritual necesario
para poder elaborar ese «programa mental y emocional» que nos permitirá
ordenar la masa de información a la que tenemos acceso.
Somos seres conscientes, dotados de la capacidad de reflexión, y es
inherente a nuestra naturaleza el cuestionarnos el sentido de nuestra
existencia. No podemos vivir como si nuestra existencia no tuviera
sentido.
¿Trabajamos para comer o comemos para trabajar? ¿Trabajamos para vivir
o vivimos para trabajar? ¿Necesitamos bienes de consumo para sobrevivir
o sobrevivimos para obtener bienes de consumo? ¿Para qué, por qué?
La pregunta sobre el sentido de la existencia es inevitable para los
seres humanos. Casi todos hemos tenido alguna que otra crísis
existencial en nuestra adolescencia o juventud. Crísis casi nunca
resuelta y que continúa larvando nuestra energía vital por debajo de
esa capa de pragmatismo con la que nos hemos visto obligado a
ocultarla. Nos hemos visto obligado a adaptarnos a un sistema que nos
enclaustra en una cadena de producción y consumo, producción y consumo,
que raramente nos permite levantar la cabeza y reflexionar en
conciencia. A causa de ello, a fuerza de no clarificarlo, hemos perdido
el sentido de la autenticidad. Cierto es que estamos sobreviviendo,
pero... ¿para qué? Finalmente, para morir.
Sólo podemos encontrar el sentido real de nuestra vida desde la
conciencia de nuestra mortalidad. Es la muerte la que da el verdadero
sentido a la vida humana. En el zen se dice que el asunto esencial para
todos nosotros es el clarificar la naturaleza del yo que muere. Esto es
clarificar la naturaleza de la muerte, de nuestra propia muerte.
Sin embargo, la muerte tiene muy mala prensa en las modernas naciones
opulentas. Huimos de la conciencia de nuestra propia mortalidad como de
la peste. No queremos saber nada de la muerte. Nos da miedo, nos
asusta. Queremos echarla fuera de nuestro campo de conciencia. Soñamos
con crear una vida libre de muerte. Nos soñamos eternos.
Cuando tratamos de arrojar la muerte fuera de nuestra vida, la vida
pierde todo su sentido. En la mayoría de las civilizaciones llamadas
primitivas por Occidente, la conciencia de la muerte es algo muy
cotidiano. En Japón, donde se da una curiosa simbiosis de tradición y
posmodernidad, vida y la muerte están mucho más conectadas, no hay una
clara separación entre el cementerio y el pueblo. Los cementerios están
en medio del pueblo, las casas están dentro del cementerio. Puede que
hayan entre tres y cuatro tumbas entre casa y casa. En algunos casos,
la gente que va a visitar un familiar tiene que atravesar un
cementerio,. Así, de paso, pueden saludar a sus antepasados. Sus
antepasados están allí, presentes de alguna manera, viviendo con ellos.
La muerte vive en medio de la vida.
Nosotros situamos el cementerio fuera, lejos del pueblo. Lo cercamos,
no vaya a ser que se salga algún muerto. Tenemos miedo de los muertos,
tenemos miedo de la muerte. Los muertos nos recuerdan que la muerte
forma parte de nuestra vida. Antiguamente se dejaba el cadáver varios
días en la casa antes de enterrarlo. Aunque oliera. Hoy lo enterramos
lo antes posible. No soportamos los cadáveres. No soportamos contemplar
el rostro marmóreo de la muerte. Maquillamos los cadáveres para que
parezca que están vivos. Tratamos de arrojar la muerte fuera de la
vida. Y al hacerlo, nuestra vida pierde sentido.
El sentido de nuestra vida no puede ser percibido sin la perspectiva de
nuestra muerte. Sucede lo mismo cuando vivimos en un valle: carecemos
de perspectiva amplia. Pero si ascendemos a la montaña más cercana,
entonces un amplio horizonte aparece ante nosotros.
¿Por qué tenemos miedo a la muerte? ¿Qué es lo que nos asusta tanto de
la muerte? En realidad sabemos muy poco de la muerte. Sólo nos hacemos
algunas ideas al respecto. No recordamos haber tenido antes la
experiencia de la muerte y nadie ha vuelto de ella para decirnos
exactamente qué sucede. No sabemos cómo es eso de morirse. Tan solo
vemos cómo los demás se mueren, se quedan tiesos, pálidos, dejan de
hablar, no pueden comer chocolate con churros, ni responder al
teléfono, dejan de contar chistes. Conocemos algunos síntomas externos
de la muerte, pero sobre la experiencia subjetiva lo ignoramos casi
todo. La muerte de alguien es vivida como una pérdida. No obstante, no
sabemos cuál es la experiencia subjetiva del que se está muriendo o del
que se ha muerto. Para saberlo tendríamos que morirnos. De eso se
trata. Para contemplar el sentido de la vida, tenemos que mirar nuestra
vida desde el punto de vista de nuestra muerte.
El maestro Deshimaru decía que si uno se moría una vez conscientemente,
ya no tendría que morir nunca mas. Esto es zazen. No hace falta esperar
a la muerte biológica. Podemos experimentar la muerte en zazen. De
hecho, zazen es un entrenamiento a la experiencia de la muerte. No
puedo decir esto a menudo porque, si así lo hiciera, nadie querría
tener la experiencia de zazen (risas). Pero ahora estamos en una
sesshin de segundo nivel y puedo decirlo (risas).
Al estado de conciencia propio de zazen se le llama samadi. Samadi es
un estado muy similar al de la muerte,. Samadi es lo más cercano a la
muerte que podemos experimentar sin estar realmente muertos. Con el
entrenamiento adecuado podemos ralentizar, casi detener, nuestras
constantes vitales hasta alcanzar un nivel exteriormente parecido al
coma. Pero ésto no se consigue de un día para otro. Necesitamos
práctica y entrenamiento, nivel tras nivel, poco a poco. Ahora, durante
esta sesshin, estamos creando las condiciones idóneas que nos permitan
profundizar en esta experiencia. Si continuamos y somos perseverantes,
sin lugar a duda, alguno de nosotros penetrará en un samadi
suficientemente profundo como para experimentar la muerte
conscientemente. Estos es lo que hacían los practicantes y los maestros
zen del pasado: explorar la muerte.
Esto os puede sonar muy mal, muy negativo. La muerte tiene una
connotación muy negativa para muchos de vosotros. «¿Conocer la muerte?
¡Qué horror!»
En cierta ocasión un hombre fue a ver a un maestro de no se qué tradición y le dijo:
-»He oído que cuando crucificaron a Cristo en la cruz, un poco antes de
morir dijo: ‘Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen’ ¿Cómo es
posible que una persona clavada en la cruz, con una corona de espinas
en las sienes, con los huesos quebrados con unos dolores terribles,
pueda tener ese estado de conciencia?»
El maestro le dijo:
- «No tengo ni idea. Tal vez Jesús el Cristo no sentía dolor en ese
momento. Mira te voy a responder de otra manera. ¿Ves aquel coco verde
que está allí? Tráelo y trata de abrirlo rompiendo la cáscara pero sin
tocar la pulpa».
El hombre fue hacia el coco, lo cogió, volvió con él y trató de abrirlo
como le había dicho el maestro. Al cabo de un rato, exclamó:
-»¡Es imposible! Si rompo la cáscara, rompo la pulpa».
El maestro le dijo: «¡Ah, bueno! Bien. En ese caso tráeme aquel otro que parece más maduro e inténtalo con él»
El hombre hizo lo que se le dijo y, en efecto, rompió la cáscara sin que la pulpa fuera tocada. El maestro le dijo entonces:
-¡Ya he respondido a tu pregunta!
El hombre, confuso, le confesó que no entendía nada. Entonces el maestro le hizo la siguiente aclaración:
-»¡Mira! El cuerpo es la cáscara, la pulpa es la conciencia. En el coco
verde la conciencia está pegada a la corteza, pero en un coco maduro,
en un ser más maduro, la conciencia ya se ha despegado de la corteza.
Esta es la razón por la que la corteza puede ser abierta sin que la
pulpa se vea afectada. El cuerpo de un ser maduro puede ser quebrado,
mientras la conciencia permanece intacta».
Este es el sentido de nuestra práctica: para aprender el sentido de la
vida, tenemos que entrar en la experiencia de la muerte. Sólo cuando
descubramos qué es lo que realmente muere y qué es lo que permanece,
podremos comprender el sentido de la vida.
Ahora que estamos vivos nos identificamos con nuestro cuerpo, con esta
cáscara, con las emociones, con las sensaciones, con los pensamientos.
Cuando alguien muere, vemos que su cuerpo muere. Al estar identificados
con el cuerpo creemos que el Yo muere también. Y entonces surge el
miedo a desaparecer, a dejar de ser.
El sentido de la vida se vuelve claro cuando realizamos que nuestro
verdadero ser no es el cuerpo. Nuestra naturaleza de Buda no es el
cuerpo, no son las emociones, no son los pensamientos. ¿Entonces qué
es? Esto es lo que hay que descubrir. El sentido de la vida surge
cuando descubrimos que somos un principio de conciencia, un principio
de luz, luz, conciencia luminosa. Somos luz.
El samadi de zazen es pues sinónimo de muerte. Incluso en muchos países
de Oriente, nirvana significa popularmente muerte. Cuando alguien muere
en el mundo budista oriental se dice que ha entrado en el nirvana. En
muchas zonas de la India, se emplea el término samadhi para designar
las tumbas. Samadhi es entrar en estado de muerte. Es importante
entender ésto. Muchos creen que zazen es una especie de técnica de
meditación cuyo objetivo es obtener mayor poder mental, mayor poder de
concentración, etc. No es nada de eso. Durante zazen debemos abandonar
toda expectativa, como con la muerte. Debemos soltar la identificación
con el cuerpo, con las emociones, con las sensaciones, con los
pensamientos, con los juicios, con las conceptualizaciones. Zazen es
soltar, soltar, soltar ... soltarlo todo, capa tras capa, hasta el
despojamiento total. A esta experiencia capital de despojamiento se la
llama en el zen shin jin datsu raku, abandono del cuerpo y de la mente,
es decir abandono de la apariencia psico-física, abandono del ego.
Cuando abandonamos cualquier identificación con cualquier forma
sensible o perceptible, entonces un amplio panorama se abre delante de
nosotros y el sentido de nuestra existencia se vuelve mucho mas claro
que cualquier objeto que podamos ver a la luz del día. Aparece como una
certitud que quizás no pueda ser verbalizada o articulada por el
lenguaje o por la mente conceptual, pero que está ahí, y transpira a
través de todos los poros de nuestra piel, de todas las células de
nuestro cuerpo. Es entonces cuando podemos unificarnos con el sentido
de nuestra vida. Nos volvemos impecables y auténticos, de una sola
pieza, con un solo espíritu. Entonces podemos ser justo lo que somos,
estar justo donde estamos, desempeñando la posición kármica que tenemos
como función. Somos sin más, sin lugar a dudas, sin ningún tipo de
dudas. A ésto es a lo que se le llama vida en el zen.
El verdadero sentido de la vida es aquel que nos permite vivir una vida
plena, una gran vida. Es inútil intentar «dar» sentido a nuestra vida.
Nuestra vida ya tiene su sentido, de lo contrario ni siquiera
hubiéramos nacido. Lo que nos corresponde es «descubrirlo». ¿Dónde?
¿Cómo? En la experiencia de la misma muerte. Para ésto no es necesario
alistarse en la Legión y hacerse novio de la muerte. No se trata de que
tengamos que volvernos temerarios o suicidas. Basta con practicar
meditación zen, ya que la esencia de la meditación zen es explorar y
profundizar en la experiencia del abandono de sí.
La experiencia de la muerte abre paradójicamente las puertas de la
vida. El miedo a la muerte implica miedo a la vida. Si tenemos miedo a
la vida no podremos vivirla plenamente en su mayor amplitud. Los seres
humanos no podemos conformarnos con una pequeña vida. Esto no nos hace
felices. Somos seres conscientes y aspiramos, lo sepamos o no, a
desarrollar totalmente el potencial de nuestra conciencia. Huyendo de
la muerte sólo encontramos una pequeña vida. Si perdemos nuestro tiempo
tratando de defender nuestra pequeña vida nos convertimos en
semi-vivos, en muertos vivientes. En este estado vivimos en un
semi-sueño, ni vivos ni muertos, ni muertos ni vivos. Perdemos nuestro
tiempo dando vueltas y más vueltas en la rueda del samsara, en la rueda
de la búsqueda de satisfacción que conduce a la insatisfacción y a una
nueva búsqueda de satisfacción ... sin encontrar el verdadero sentido
de lo que hacemos.
Es importante que asumamos la aspiración de experimentar
conscientemente la muerte. Cada zazen es una muerte consciente, una
práctica de soltar consciente. Tarde o temprano vamos a tener que
soltarlo todo, querámoslo o no, por las buenas o por las malas. Por lo
tanto, si podemos aprender a hacerlo por las buenas, conscientemente,
esta práctica se volverá una fuente de beneficios para nosotros y para
todos los que nos rodean.
En el zen se habla de distintos niveles de dhyana, o absorciones,
samapatti, o arrobos. Estos dhyana y samapatti son puertas de entrada
al nirvana, a la muerte consciente. Son escalones progresivos en el
proceso de la muerte consciente.
Es pues muy importante que podamos crear buenas condiciones que nos permitan acceder a esta experiencia.
En Luz Serena estamos creando estas buenas condiciones para que podáis
venir y experimentar algo definitivo. El esfuerzo coordinado de todos
nosotros es lo que permite la generación de buenas condiciones. Buenas
condiciones son: buenas relaciones humanas, dedicación, entrega, medios
económicos para construir habitaciones. La existencia de un maestro
cualificado es también una condición imprescindible, así como oír y
practicar las enseñanzas del maestro.
Debemos crear las condiciones adecuadas que nos permitan acceder al
samadi. La experiencia del samadi no se puede improvisar. El maestro da
enseñanzas, traza mapas. También necesitamos un lugar que nos proteja
del frío y del calor excesivos, de la lluvia. Tenemos que construir
algo. Para construir hace falta energía, dinero, ideas, diseño. Alguien
tiene que trabajar, alguien tiene que limpiar los cristales, preparar
los alimentos, desbrozar los caminos, poner piedra sobre piedra ...
Esto es lo que estamos haciendo en el templo Luz Serena. ¿Entendéis? Lo
que estamos haciendo aquí tiene un sentido, un sentido muy profundo. No
estamos construyendo un chalet para pasar los fines de semana en el
bosque. Estamos creando un lugar sagrado donde, gracias a la práctica
del samadi, podamos conectar con el sentido profundo de la vida y
ayudar a los demás a que hagan lo mismo.
Millones de personas se consumen inútilmente en el fuego de la vida sin
encontrar un sentido a lo que hacen. Malgastan sus cuerpos, sus
energías vitales corriendo detrás de sueños.
Esto es lo que tenía que deciros en la tarde de hoy. Muchas gracias por vuestra atención.
(1) Sesshin es un periodo de práctica intensiva de zazen. Puede durar dos días, una semana, un mes o tres meses.
(2) Koan es una frase enigmática que los maestros zen de la escuela
rinzai entregan a sus discípulos para que mediten sobre ella y
encuentren una respuesta apropiada.
Del libro "Fluyendo en el presente eterno"
Dokushô Villalba
Miraguano Ediciones, Madrid
Maravillosa la exposición, sin palabras....
ResponderEliminarPara mirar y analizar desde distintas opticas, la conciencia, el sentido de la vida, la muerte.
Gracias!
Un abrazo
Maria de los Angeles
Demasiadas palabras. A partir del "Baba wawa" me pierdo... Con todo mi respeto!!!
ResponderEliminar