Después
Mara montó en su elefante de batalla y reunió a sus huestes. Había monstruos y
trasgos de todas las características que chillaban y aullaban desafiando al
cielo con su estrépito. Ante ese ataque furioso el bodhisattva se mantuvo
inmóvil e imperturbable.
Desesperado
Mara le preguntó al bodhisattva con qué derecho ocupaba aquel asiento que en
verdad le pertenecía a él. Lanzó contra Gautama un torbellino de aire que ni
siquiera agitó el dobladillo de la túnica del bodhisattva. Mara envió un
diluvio, después cegadoras lenguas de fuego. El bodhisattva permaneció
intocable y conservó su profunda compostura. Después respondió a la pregunta de
Mara. Declaró que se había ganado el derecho a aquel asiento con incontables
vidas en
-Si tú tienes algún derecho a este asiento -desafió a Mara-, ¿qué testigos tienes de haber practicado las diez virtudes.
Mara lanzó una carcajada y todas sus
monstruosas criaturas vocearon con fuerza su testimonio. Después se volvió al
bodhisattva creyendo que ya lo tenía, puesto que estaba completamente solo.
-Y tú, ¿qué testigos tienes?
El bodhisattva se inclinó y tocó el
suelo con la yema del dedo.
-La tierra es mi testigo -dijo.
En ese
momento, de las grandes profundidades de la tierra llegó un inmenso estampido,
un sordo retumbar como si se agitara la verdadera esencia del propio elemento
tierra. La tierra entera tembló y su atronar ahogó los aterrorizados gritos de
los válidos de Mara. En un solo momento la hueste entera emprendió la huida.
Después, el propio Mara, derrotado, se alejó furtivamente.
Fuente: Samuel Belcholz y Sherab Chödzin Kohn. La Senda del Buda. Introducción al Budismo.
Colección Documento, ed. Planeta S. A., Barcelona 1994, I.S.B.N.:
84-08-01071-9.
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