sábado, 20 de marzo de 2010

La Vía es amplia y generosa.





Durante zazen debemos integrar todas las percepciones, todas las sensaciones dentro de nosotros mismos. Esto quiere decir que debemos sentarnos en zazen con las cien mil existencias o los diez mil fenómenos. No penséis: «Esto es zazen, esto no es zazen». Zazen lo incluye todo. No debemos crear una mente estrecha y limitada, ni siquiera limitada al mundo del Buda o de zazen. Practicar un zazen ilimitado quiere decir sentarse sin miedo, como el que no tiene nada que ganar ni nada que perder. Si nos aferramos a los limites de nuestro mundo conocido nos veremos imposibilitados de ir más allá. Temeremos perder nuestro yo querido o bien nuestra querida personalidad labrada durante tantos años. Este miedo es inútil. Nuestra auténtica existencia escapa a cualquier definición. La vida que nos anima no puede ser catalogada ni por la edad cronológica, ni por el estrato social, ni por la inteligencia, ni por el karma.

No debemos pensar que seguir la Vía del Buda es como conducir un coche por una carretera estrecha y peligrosa, siempre con miedo a salirnos en una curva o a perder el rumbo. La Vía del Buda es ancha y generosa e incluye a todas las existencias. Todas las existencias con sus innumerables formas son la manifestación de la Vía del Buda.
La Vía del Buda no está ceñida al lugar presidido por una estatua de Buda, o a esta sala de meditación. No penséis que aquí hay Vía del Buda y en vuestra familia o en vuestro lugar de trabajo no hay Vía del Buda. La Vía del Buda existe por todas partes. Allí donde estén nuestros pies está la Vía del Buda. La sala de meditación es el lugar en el que nos hacemos maravillosamente conscientes de esto.

Zazen no es una práctica limitada por el espacio ni por el tiempo. No penséis que son nuestro cuerpo y nuestra mente los que hacen zazen. Zazen transciende nuestro cuerpo y nuestra mente. Zazen incluye y penetra todas los fenómenos de nuestra vida diaria; por eso zazen no está limitado a la postura sedente. Podemos y debemos continuar en zazen siempre, instante tras instante, hagamos lo que hagamos.

Cada día es diferente. El zazen de la mañana no es el zazen de la tarde. El zazen de ayer no es el zazen de hoy. Ni siquiera el zazen de ahora es el de hace un instante. Unas veces nos sentimos bien, otras nos sentimos mal; a veces no experimentamos dificultades, pero otras veces zazen se vuelve realmente complicado. ¿Cómo podemos saber si practicamos un buen zazen o no? ¿Qué es Zazen?

No debemos identificar zazen con lo que sentimos, sea lo que sea. Zazen es lo que nos permite darnos cuenta de lo que sentimos. Por eso, el buen zazen es independiente de la facilidad o de la dificultad que encontramos cuando lo practicamos. Zazen no tiene nada que ver con el bienestar o malestar que podemos experimentar. A veces pensamos que hemos tenido un buen zazen porque nos sentimos bien, seguros de nosotros mismos, satisfechos. Entonces nos decimos: «¡Ah, qué buen zazen!»  Otras veces nos sentimos mal, muy mal, con la mente inquieta o atormentada, el cuerpo dolorido y nos decimos: «¡Puf, qué zazen tan malo he tenido!». Pero zazen no tiene nada que ver con estas sensaciones o con estos estados.

Zazen significa clavar las rodillas en suelo, clavar la nuca en el cielo, estirar plenamente la columna vertebral, posar la mano derecha sobre la mano izquierda, mantener los dedos pulgares en una posición horizontal, inmovilizar la mente y el cuerpo y abandonar la mente y el cuerpo.

No importa cuán fácil o difícil, agradable o desagradable nos parezca. Ese no es el problema. Cuando, desde el comienzo al final de zazen, mantenemos la columna derecha, los dedos pulgares tocándose débilmente y en posición horizontal, la nuca clavada en el cielo y las rodillas clavadas en el suelo y abandonamos completamente el cuerpo y la mente, cuando llegamos al final de zazen con la columna completamente derecha y el cuerpo inmóvil, entonces hemos practicado realmente zazen.

Durante zazen aparecen muchos pensamientos, sensaciones, emociones, etc, pero no confundáis las nubes que flotan y pasan por el vasto cielo con el vasto cielo en sí mismo. A veces llueve, a veces hay hermosas nubes blancas parecidas a corderitos, y otras veces son grises y amenazantes  o el cielo está totalmente azul y despejado. Zazen es la bóveda celeste que incluye todas estas alteraciones.

No digáis pues que habéis hecho un buen zazen cuando habéis tenido sensaciones agradables, o que habéis experimentado un mal zazen cuando habéis sentido malestar y dolor. Un buen zazen es aquel en el que, aunque experimentéis sensaciones agradables, no os apegáis a ellas; aquel en el que aunque experimentéis sensaciones desagradables no generáis rechazo hacia ellas. Un buen zazen es aquel en el que la conciencia brilla libremente con lucidez y vigilancia.

La Vía del Zen no puede ser alcanzada por el conocimiento intelectual. Tampoco puede ser realizada gracias a la intermediación divina. La Vía del Zen es sentir. Despertarse significa sentir. Sentir es una experiencia que concierne a la totalidad de nosotros mismos. ¿Cómo alcanzar el sentir de un Buda? A través de zazen. Zazen es el sentir de un Buda.
La práctica regular de zazen nos enseña a sentir y a tomar conciencia de lo que sentimos. Podríamos decir «sentirnos», pero basta con decir «sentir», ya que entre nosotros mismos y el mundo considerado exterior, no hay ninguna diferencia.

Sentir realmente significa sentir como siente Buda: yo y los demás estamos fundidos en un solo sentir. Por ejemplo sentimos calor. Este calor no depende exclusivamente de nuestro cuerpo. Depende también de la atmósfera. Por eso cuando nos despertamos, nos damos cuenta de que no soy yo quien siente calor, sino que cuando el yo siente calor todo el cosmos es calor.

Cuando digo sentir no me refiero únicamente a la actividad sensorial, a las sensaciones. Me refiero sobre todo a la capacidad de ser conscientes de lo que sentimos. Si alguien entrara ahora en la sala de meditación y nos viera así, desde fuera, sentados en zazen, podría pensar que nos hemos convertido en rocas insensibles, en seres inanimados. Pero cuando se tiene la experiencia subjetiva de zazen se comprende hasta qué punto se despierta la sensibilidad y la conciencia clara de lo que somos y sentimos. Cuando nos sentamos en zazen nos volvemos conscientes de sonidos que en la vida cotidiana pasan desapercibidos.
Durante zazen, las puertas de la percepción se abren de par en par. Zazen es esto: percibir la percepción, sentir lo que se siente, ser conscientes de lo que percibimos. Nuestra sensibilidad se vuelve consciente. Lo sensible se vuelve consciencia de lo sensible. La consciencia es vida, es existencia. Aquello de lo que no se es consciente no existe.
Zazen es como entrar en el ataúd. Es la muerte del ego, la muerte de nuestra visión ilusoria del mundo y el despertar a una existencia ilimitada, a un sentir inmenso, infinito.

Por eso durante zazen no es necesario huir a ningún lugar ni anhelar estar en otro sitio. Zazen es simplemente sentir y ser consciente de lo que se siente, sea lo que sea. Si aparece el dolor, sentimos dolor y nos volvemos conscientes del dolor. Si aparece el rechazo del dolor, sentimos el rechazo del dolor y nos volvemos conscientes del rechazo al dolor. Si aparece el sueño, el apego o la cólera, sentimos el apego el sueño y la cólera y tomamos consciencia del sueño, del apego o de la cólera.

Es inútil querer encerrar la propia conciencia en categorías estrechas y decir «yo soy esto o aquello». Si actuamos de este modo, cuando surja dentro de nosotros mismos algo que no cuadre con la imagen que tenemos de nosotros mismos, aparecerá el conflicto, la lucha interna. Sin embargo, si no hay ninguna imagen, ningún modelo a priori de nosotros mismos, ni de nada, sea lo que sea, entonces es posible sentir cada cosa plenamente, es posible aceptar todas las experiencias que aparecen en nuestro campo de conciencia.

Por ejemplo, si tenemos una imagen de nosotros mismo del tipo «yo soy una buena persona» y un buen día surge en nosotros un impulso de hacer algo malo, el conflicto está servido. O bien, si tenemos una imagen de nosotros mismos del tipo: «yo soy un depravado» y un buen día surge en nosotros el impulso de realizar una buena acción noble, el conflicto está servido.

Eso que llamamos yo o ego no es más que un cúmulo de automatismos, una imagen estereotipada de nosotros mismos. Durante zazen podemos sentirnos más allá de cualquier imagen.

del libro Fluyendo en el presente eterno
Dokushô Villalba
Ediciones Miraguano, Madrid.

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