¿Cuáles son los puntos de contacto del Zen y
del Yoga? ¿Y en qué difieren, sobre todo?
El zen es el corazón del budismo. El budismo
nació en India, como el Yoga. Ambos tienen el tronco brahmánico como raíz
común. El asceta Gotama estudió y practicó bajo la dirección de maestros saddhu que practicaban diversos tipos de
yoga. Finalmente, después de pasar seis años con ellos, decidió buscar su
propio camino de liberación a través de la meditación en la postura del loto.
Desde el punto de vista del camino espiritual
(sadhana), el budismo comparte muchas
prácticas con el yoga, tal y como fue enseñado por Patanjali en su Yoga sutra. Por ejemplo, tanto Buda como
Patanjali practicaron ahimsa; la no
violencia, satya, la veracidad, el no
mentir; asteya, el no robar; brahmaçarya, el celibato; aparograja, el abandono de la vida
familiar; esto dentro dell principio del yama.
También coinciden en la importancia de la asana,
la postura de meditación, que debe mantener la columna vertebral bien erecta y
el cuerpo estable en una posición cómoda para la meditación; la práctica del pranayama tiene puntos en común con la
práctica del anapanasati, o atención
plena a la respiración; el pratihara,
o frugalidad en la comida, enseñado por Patanjali tiene sus correspondencia en
la frugalidad de los monjes budistas; dharana,
o concentración de la mente, es también una práctica habitual en el budismo; y,
por supuesto, los dos últimos preceptos de Patanjali, el dhyana y el samadhi, son
también los pilares básicos de la meditación budista.
Aunque el budismo tiene su propia percepción
de las prácticas descritas por Patanjali, ambas tradiciones tienen, obviamente,
raíces comunes, y un propósito también compartido, a saber: la liberación del
dolor y del sufrimiento que experimentamos los seres humanos debido a nuestra
ignorancia.
A nivel filosófico, sin embargo, las
divergencias son también evidentes. Todos los yogas forman parte del hinduismo,
tradición que postula la existencia de un ‘yo espiritual’, o ‘alma’, llamado atman en sánscrito. Brahma es el dios o
el poder creador para el hinduismo. La práctica del yoga tradicional tiene como
propósito la unión del atman
individual con el atman de Brahman.
El Buda negó la existencia de este atman,
de forma que anatman, el no-yo, fue
uno de los principios de su dharma. Por otra parte, el Buda nunca quiso entrar
en la afirmación o en la negación de un dios o poder sobrenatural, creador del
mundo. Desde este punto de vista, el dharma del Buda es un camino que prescinde
de la hipótesis de dios.
¿Hay peligro de dependencia y de huida de la
realidad a través estas tradiciones espirituales?
Por supuesto que lo hay. Exactamente el mismo
peligro que con cualquier otra cosa: el cine, la pareja, el trabajo, el ocio …
El peligro no es inherente a lo que hacemos, sino que es algo que está presente,
o no, en la actitud y en la intención con las que hacemos lo que hacemos.
Zen, yoga, meditación… ¿De qué nos liberan? ¿Nos liberan de
los egos espirituales?
El zen, el yoga, la meditación … son caminos
de liberación. Siguen teniendo ese potencial porque fueron creados como
herramientas de liberación. Ahora bien, como se dice en el zen, “este mundo
ilusorio es el lugar en el que se pierden los insensatos y el lugar en el que
se liberan los sabios”. El maestro zen Eihei Dôgen escribió: “están aquellos
que se hacen ilusiones sobre su despertar, y están aquellos que se despiertan
de sus ilusiones”. De la misma
manera que podemos usar el hierro para construir un arado o para fabricar un
fusil, podemos usar estos caminos de liberación para liberarnos realmente o
para enfangarnos aún más en el barro del ‘yo y lo mío’.
¿Cómo resolver esas contradicciones: afectos mundanos/desapego,
placeres/austeridad, vivir solo en mí/vivir para otros…?
Esas contradicciones no son reales. Son
construcciones conceptuales de una mente confusa. Cuando la mente se calma, la
confusión cesa y las contradicciones desaparecen. ‘Yo’ y ‘tu’ son
construcciones mentales. Yo no estoy separado de nada, y nada está separado de
mi. ‘Yo’ soy ‘Eso’, se dice en el Advaita, y también en el Zen. Trabajar por el
bien de uno mismo es lo mismo que trabajar por el bien de los demás, y
viceversa. Deberíamos vivir sin hacer distinciones entre yo y los demás, buscando
lo que es bueno tanto para mí como para los demás. Las contradicciones no
pueden ser resueltas en los términos que ellas mismas plantean: deben ser
trascendidas o disueltas.
¿Y si sabemos que estamos dormidos pero no
queremos despertar porque el sueño
nos genera sinsabores pero también grandes placeres y satisfacciones?
Todos nos vemos confrontados en cada momento
ante la decisión de tomar la píldora roja o la amarilla, como se vio en
‘Matrix’. Mientras creamos que en el ensueño podremos encontrar verdadera paz y
felicidad, es obvio que optaremos por seguir dormidos. Pero cuando el sueño se
resquebraja por todos los costados, ya no hay más opción que la de despertar.
¿Cómo sé si necesito un maestro espiritual?
¿Cómo sabes si necesitas aire para respirar?
Lo sabes y no lo sabes. Pero, aunque no lo sepas, respiras. Igual sucede con la
necesidad de practicar y estudiar bajo la dirección de un maestro. No es algo
que tú elijas necesitar o no. El hecho es que lo necesitas o no lo necesitas.
Si sientes que no lo necesitas, lo buscas, Si no sientes la necesidad, no lo
buscas. Aquel que siente la necesidad de un maestro puede que no comprenda a
aquel otro que no la siente, y al revés. Lo que resulta ridículo es pensar que
todo el mundo debe tener un maestro. Tan ridículo como pensar que nadie debe
tener un maestro.
Sea como sea, la necesidad de tener un
maestro es consecuencia de la necesidad de despertar. Si no quiero aprender a
tocar la guitarra, no busco un maestro de guitarra.
¿Todos podemos ser maestros?
El budismo enseña que todos los seres
poseemos la naturaleza de Buda, es decir, la plena potencialidad de vivir
despiertos. Un maestro es alguien que ha alcanzado un cierto grado de despertar
y, desde ahí, ayuda a despertar a los que están un poco menos despiertos. Al
mismo tiempo, un buen maestro es un buen discípulo, es decir, alguien dispuesto
a aprender de otro que esté más despierto que él.
Por lo tanto, todos podemos ser maestros, lo
cual no quiere decir que ya lo seamos.
El amor, un concierto, un buen sillón, una
copa de vino… ¿De qué depende que disfrutar de los sentidos te embrutezca o te
refine, te arrastre o te eleve?
El Buda enseñó la Vía del Medio, la vía que
evita los extremos. En su caso, pasó la primera parte de su vida sumido en los
placeres sensuales y la segunda, entregado al ascetismo más inhumano. Por
último, adoptó un modo de vida equilibrado entre los extremos del hedonismo y del
ascetismo.
La vida es placer y dolor, tristeza y
alegría. No debemos tener miedo de estar alegre cuando viene la alegría, ni de
estar triste cuando viene la tristeza. Lo mismo sucede con el placer y el
dolor. Es imposible experimentar un placer o un dolor permanentes. Por su
propia naturaleza, ambas experiencias son efímeras: vienen y se van. Si
cultivamos una actitud justa, si no caemos en el apego ni en el rechazo,
podemos abrirnos tanto a la experiencia del dolor como a la del placer.
¿La luz de la consciencia lo corrige todo,
endereza siempre los errores al iluminarlos?
La
luz de la conciencia no hace nada, solo ilumina. No dice: esto es bueno, esto
es malo; o esto es un error y esto otro un acierto. Es la mente la que
discierne, la que anhela, la que rechaza, la que juzga. Y la mente es siempre
fruto de condicionamientos familiares, sociales y culturales. La luz de la
conciencia es la que nos permite ver las cosas como son. La mente es la que
decide si está bien que sean así o deberían ser de otro modo. Esto no quiere
decir que la luz de la conciencia sea la buena, y la mente, la mala.
Simplemente cada una tiene su función.
¿Cómo saber si me estoy equivocando en mi
camino espiritual?
En el zen se dice: “¿Quién va por buen camino
y quien contracorriente? ¡Ni siquiera los cielos lo saben!”
Lo más importante es conectar con el radar
interno. Todos tenemos una sabiduría innata, un instinto. Es importante confiar
en sí mismo y seguir el propio instinto o la voz que nos habla en lo más
profundo de nuestro corazón. Esta confianza básica es fundamental.
Desgraciadamente, la educación que recibimos rompe esa confianza básica y nos
convierte en personas dependientes de juicios o reconocimientos externos.
Todos vivimos momentos de confusión y
desorientación. Es natural. En estos casos puede ayudar el confiar en otra
persona, siempre y cuando no le demos el poder ni la responsabilidad de decidir
por nosotros. Un verdadero maestro es aquel que te ayuda a entrar en contacto
con tu propia sabiduría innata, no aquel que te vuelve dependiente de su
sabiduría.
O también podemos detenernos, y esperar que
la confusión y la desorientación desaparezcan.
No hay que tener miedo de los errores. Vivir
es errar, avanzar tanteando, equivocar el rumbo y recuperarlo luego. Los
errores que cometimos ayer pueden ser vistos como aciertos hoy, y a la inversa.
Finalmente, lo que cuenta es la sinceridad del corazón con uno mismo y con los
demás. La sinceridad es la vía del cielo, se dice en el zen.
La meditación zazen tiene fama de alta
exigencia. ¿Exigencias y autoexigencias pueden ser necesarias y deseables? ¿En qué supuestos?
El
esfuerzo es necesario para cualquier cosa. Tenemos que desconfiar de las
propuestas que nos lo prometen todo sin esfuerzo. La meditación zen es una de
las más rigurosas y exactas que existen, por eso es tan eficaz. El
entrenamiento corporal, emocional, psicológico y espiritual es imprescindible.
La práctica de la cirugía, por ejemplo, requiere muchos años de estudio y de
experiencia. Sería insensato ponerse en manos de un cirujano que no ha hecho el
esfuerzo de formarse, de practicar, de estudiar… Vivir es dar y recibir. La vida no da nada a quien nada da.
El esfuerzo es dar de nosotros mismos al proceso de co-creación que está
teniendo lugar a cada momento. Hasta para beber agua hay que hacer el esfuerzo
de levantar el vaso …
¿Cómo
enseñar a los demás a discernir
y a elegir sin manipularlos y sin condicionarlos?
Este es el punto esencial de cualquier
sistema educativo, como lo es el Zen. Todos estamos condicionados por el karma,
la ley universal de la causa y del efecto y de las circunstancias. El Budismo
Zen nos enseña a observar de cerca esta ley universal: si plantas cebollas, no
esperes recoger ajos! Todos buscamos un estado de felicidad exento de dolor y
de sufrimiento. El discernimiento básico consiste en tomar conciencia de qué es
lo que nos lleva a este estado de felicidad y qué nos lleva al dolor y al
sufrimiento, tanto a nosotros mismos como a los demás. Y a partir de esta toma
de conciencia, hay que actuar en consecuencia.
¿Un retiro zen te puede cambiar la vida? ¿Qué
hay de mito o realidad en ese potencial transformador?
No sólo un retiro, sino una sola sesión de
meditación zen puede cambiarte la vida. Esto fue lo que me pasó a mí cuando me
senté la primera vez. Zazen, la meditación zen, es una práctica muy poderosa.
Puede llegar a ser un aldabonazo interior. Pero esto siempre depende de cada
persona. Algunas se levantan del cojín de meditación, salen corriendo y no
vuelven a sentarse nunca más. Esto es algo que depende de las circunstancias
internas de cada uno. La meditación zen es una excelente medicina para quien
necesita la medicina de la meditación zen, como yo, por ejemplo.
¿De qué depende que en uno surja o no el
deseo de transformar, de trascender?
¿Qué enciende el fuego de la motivación?
Cada persona es distinta, su karma es
diferente, sus circunstancias internas y externas varían. ¿Por qué una fruta
madura antes que otra en el árbol? No obstante, la motivación surge
generalmente de la conciencia de la impermanencia, es decir, del carácter
efímero y transitorio de todas nuestras experiencias, y de la conciencia
del dolor que acompaña siempre al apego y al rechazo. Mientras crea que la
felicidad va a surgir exclusivamente de la satisfacción de los deseos
materiales, emocionales y psicológicos,
uno va a vivir sólo para la satisfacción de tales deseos. Cuando una se
da cuenta de que eso no basta, entonces busca otra dimensión de la existencia.
A veces, una situación muy dolorosa y
traumática se convierte en el detonante de la búsqueda. En el caso del maestro
Dôgen -que fue quien introdujo el budismo zen en Japón en el siglo XIII- su
detonante fue ver morir a su madre cuando él tenía siete años, siendo ya
huérfano de padre. Se dice que, viendo cómo las volutas del humo del incienso
se desvanecían en la nada durante el funeral de su madre, tuvo una comprensión
profunda del carácter insustancial y efímero de la existencia humana y,
entonces, decidió dedicarse a la vida espiritual.
¿Zen para liberarnos del miedo a la muerte, a
la soledad, a la incertidumbre?
Zen para liberarnos de nosotros mismos, de
nuestra propia estupidez y ceguera. Zen para liberarnos del “yo-mí-me-conmigo”,
como suelo decir. Cuando creemos que somos un yo aislado en un saco de huesos,
surge inevitablemente el miedo a la muerte, el sentimiento de soledad y el
pavor a la incertidumbre. La búsqueda de falsa seguridad y de autoafirmación es
algo que siempre acompaña al yo aislado. Algunas tradiciones tratan de aliviar
la angustia provocada por el miedo a la muerte afirmando una especie de vida
eterna del yo. El Budismo Zen, por su parte, enseña y conduce a la experiencia
de la inexistencia del yo: no somos un ser
sino un siendo. Y este siendo ya venía siendo antes de que naciéramos y seguirá siendo después de que hayamos muerto. En lenguaje de la física
cuántica, no somos una ínfima partícula perdida y aislada en medio de la
infinitud del universo, sino una onda totalmente conectada con la totalidad.
Como se decía en la película Samsara:
¿Cómo evitar que una gota de agua se
evapore? ¡Arrojándola al océano!
¿Zen para enseñarnos a amar?
La meditación zen, bien entendida y
practicada, es un acto de puro amor, el acto de amor por excelencia. Esto es,
entrega incondicional y abandono de sí. Amar es hacerse uno con el objeto
amado. Amar es la experiencia del no-dos. Cuando en meditación zen se produce
el santo olvido de sí, en ese preciso momento, nos hacemos una con las montañas
y con los valles y con los diez mil seres que pueblan la diez direcciones del
universo. En la medida en la que esta experiencia se estabiliza en la
conciencia, podemos seguir sintiendo así cuando nos levantamos del cojín de
meditación: haciendo de comer, trabajando, conversando o haciendo el amor.
Desde el punto de vista del Budismo Zen, el amor no es un sentimiento sino un
estado de conciencia, es decir, un estado de despertar.
¿Cómo luchar contra el desencanto?
¿Por qué hay que luchar contra el desencanto?
La naturaleza de las burbujas ilusorias no es otra que la de estallar y
desvanecerse. Despertarse
significa dejar de dormir y de soñar. Nuestro proceso de maduración es la
historia de nuestros desencantos. Tarde o temprano tenemos que aceptar el hecho
de que los reyes magos no existen y que a los bebés no los trae una cigüeña
desde París. El desencanto puede ser vivido como una experiencia negativa que
nos sume en la depresión o como una experiencia positiva que nos ayuda a ser
más realistas y tener una conciencia más clara y veraz de la realidad. Como
decía el poeta León Felipe: “la cuna del hombre la mecen con cuentos, los gritos de angustia del hombre los ahogan con
cuentos, el llanto del hombre lo taponan
con cuentos, los huesos del hombre los entierran con cuentos, y el miedo del hombre... ha inventado todos los cuentos”. Desencantarse es desencuentarse, esto es, vivir sin cuentos.
¿Qué te queda de tu época de “concienciador
social”?
No sé si alguna vez fui un “concienciador
social”. Creo que más bien fui, y lo sigo siendo, alguien con conciencia del
dolor y del sufrimiento de los demás y de la sociedad. En la medida en la que vas despertando
y saliendo del huevo del “yo-mí-me-conmigo”, vas dándote cuenta del mundo que
te rodea, del mundo que eres. Y en ese mundo hay muchos seres humanos y no
humanos que sufren mucho de muchas maneras. Despertar y compasión son
inseparables. Despertar es abrirte al mundo y ser el mundo. Y compasión es
sentir en ti mismo el dolor de los seres que viven en el mundo. Si el dolor de
los demás es mi dolor, ¿cómo no voy a hacer todo lo posible para ayudarles a
liberarse/nos de él?
No creo en la espiritualidad-ficción, esa
especie de espiritualidad-burbuja-narcisista en la que, como decía Mecano, uno
se monta el paraíso en su piso. Siento más bien como el poeta Gabriel Celaya:
“¿Hay que
denunciarlo? El yo no existe. El yo es un encantamiento: un aparato fácilmente
manejable al que todos nuestros muertos recurren para ser de algún modo; un
sistema tan milagrosa y provisionalmente oscilante que un cambio atmosférico,
una palabra que nos dicen en voz baja, una emoción, una droga —quizá una
película de actualidad, seguramente mala, pero siempre impresionante— alteran
hasta extremos imprevisibles. Y, sin embargo, aunque uno no es nada, debe
responder de todo: del mundo entero y de todos los hombres secreta o
patentemente latentes que fueron y han de venir, son ya en nosotros coleando o
germinando. Porque todo —lo vivo y lo muerto, lo animado y lo inanimado, lo
alto y lo bajo, lo futuro o fuera del tiempo y lo preciosamente efímero
expuesto como un escándalo en los escaparates de lo instantáneo— está buscando
en cada uno de nosotros su salvación, y está así haciéndonos ser como somos más
de lo que sabemos, ser anteriores a nuestra historia y a nuestra conciencia,
ser sin consecuencia previsible lo que cambiando hace como que se repite, pero
es una invención permanente, ser por archiviejos o archinuevos más allá de
nosotros mismos. Nuestras palabras y nuestros gestos, por minúsculos que
parezcan, provocan alteraciones irrevocables en el curso general de lo
existente”.
¿Cómo describirías hoy a Dokushô Villalba?
Siendo como soy y sintiéndome eso que llaman
Dokushô Villalba, no tengo ninguna necesidad de describirlo. Siento que soy
indescriptible. Como me decía mi abuela, que en paz descanse: “¡Eres lo que no
hay en los escritos!”
Publicada en www.yogaenred.com
en abril 2014
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