Viernes. Tarde incierta. Pesadas nubes amenazan con descargar. Chaparrones cortos se suceden. El ánimo empieza a viajar bajo un cielo encapotado. Desde la ciudad, en un intervalo de tiempo y espacio, nos vemos rodeados de calma, de frescor vespertino, de sonidos en el silencio, de matices donde el verde traduce el rumor del viento. El cielo surcado por los relámpagos, roca excavada: piedras con memoria histórica, morada de gentes a través del tiempo, hospedaje de peregrinos de la luz. Es la montaña de Montes Claros y es el río Ebro. Es la historia fluyendo y es el presente quieto. “Las montañas son las montañas y los ríos son los ríos”.
Buddha.
Montes vestidos de primavera, espesuras, viejos caminos, cielos tormentosos, rayos fugaces, viento impetuoso, río – espejo, moradas de piedra tallada.
Pasillos en forma de escalera, escaleras con forma de pasillo. Olor a humedad, a polvo, a libro viejo, fragancia que viene del monte y se cuela por las ventanas.
Los viejos maestros nos traen “La Preciosa Visión del Dharma Verdadero”. Han viajado miles de kilómetros a lo largo de cientos de años para enseñarnos lo que vemos, porque lo que vemos no siempre lo conocemos.
Esta es la forma en que los Buddhas Iluminados perciben la realidad: “ser lo que se es sin pensar en lo que se es”.
Dharma.
El Dharma del Buddha experimentado por el Maestro Dôgen se nos transmite aquí y ahora por Dokushô Sensei. El Sutra de las Montañas y los Ríos sale del corazón de este rincón del Valle del Ebro.
La lectura del Sutra golpea nuestro entender como el cincel del escultor va tallando la piedra. Después de poner el cerebro sin éxito, ves que no hay más remedio que poner el corazón. Quedamos pues preparados para entender, pues sólo se entiende lo que se ama. Las explicaciones de Sensei acaban por ablandar y moldear nuestro entendimiento.
Así, cuando se abre la flor todo un mundo aparece; estar “liberado de la propia manifestación es no estar identificado con la propia manifestación”.
“Las montañas son las cimas de las aguas, las aguas son los pies de las montañas”.
Así, cuando se abre la flor todo un mundo aparece; estar “liberado de la propia manifestación es no estar identificado con la propia manifestación”.
“Las montañas son las cimas de las aguas, las aguas son los pies de las montañas”.
Sangha.
Despertar. Suena la campanilla. He pasado mala noche. Abro la ventana y siento los trinos en la sinfonía ancestral del bosque, y te das cuenta, y luego te olvidas, y piensas que “todo cambio sucede en el presente, va del presente al presente”.
Me uno al grupo, veo caras sonrientes, miradas afectivas. Juntos recorremos el cordón umbilical de pasadizo inquietante que une nuestro sueño a veces apacible, a veces tormentoso, a veces embriagador, del espacio del despertar, del cual no dejamos de nutrirnos como la criatura en el seno de la madre.
Una vieja sala alargada convertida en Dojo. El incienso perfuma el espacio. Suelo de madera vieja carcomida, sucia. Un altar, una vela encendida, unas flores. Silencio. Algunas toses, los trinos atraviesan los cristales, y el frío también. Parece que somos engarzados por el calor de los corazones. Vamos a unirnos a la sinfonía de la Naturaleza exterior desde el ruido de nuestra naturaleza interior. Durante Zazén estamos solos pero juntos y en la ceremonia estamos juntos pero solos.
Treinta espejos de conciencia, reunidos para dejar que el Universo se vea tal y como es: “Las montañas vuelven a ser las montañas y los ríos vuelven a ser los ríos”.
José Gabriel Noreña
bonito bonito
ResponderEliminar