domingo, 25 de julio de 2010

Entrevista a Dokushô Villalba para DIAGONAL CANTABRIA



“El zen no busca la trascendencia en un más allá, sino en lo cotidiano”.



Dokushô Villalba, 
fundador de la Comunidad Budista Soto Zen española.


Entrevista de Javier Fdez. Retenaga. Redacción.


DIAGONAL CANTABRIA: El zen no cultiva la fe en la reencarnación, ni en una vida ultraterrena. ¿En qué busca el zen la trascendencia?
DOKUSHO VILLALBA: La trascendencia en el zen consiste en pasar de un estado de conciencia egocéntrico a un estado de conciencia cosmocéntrico; o de una conciencia individual a una consciencia cósmica, podríamos decir, o global. El ser humano no es sólo el individuo que creemos ser, esa entidad que está dentro de nuestro cuerpo, el ego. Esa visión reducida es una visión egocéntrica, cuando desde el punto de vista de la conciencia despierta de un Buda, la vida es una totalidad, y la vida del ser humano es inseparable de —o es lo mismo que— la vida de los demás seres vivos. Darse cuenta de eso, y vivir de acuerdo con ello, es la experiencia de la trascendencia. No es una trascendencia que se encuentre en el más allá, sino aquí, en la vida de cada día.


D.C.: En ese sentido, Suzuki —uno de los autores a quien se debe la difusión del zen en Occidente— dice: “En tanto quede el mínimo vestigio de una conciencia de ’este’ o ’aquel’, de ’mío’ y ’tuyo’, no se podrá alcanzar una comprensión profunda del zen”. ¿Busca el zen la disolución del yo, una conciencia de unidad con todas las cosas?
D.V.: Exacto. La autoconciencia individual cumple una función, pero quedarnos en esa autoconciencia individual es como reducir el espacio en que uno puede vivir y perder la perspectiva de una mirada mucho más elevada. Al final, para el zen, “yo” y “tú” son conceptos, representaciones mentales sin correspondencia en la realidad tal como es. En el zen, la experiencia más importante es el despertar, que se da cuando el ser humano puede ver la realidad tal como es, sin estar mediatizado por las concepciones culturales, educacionales, ni siquiera biológicas. Mientras no veamos la realidad tal como es no podremos vivir en armonía con esa realidad. Viviremos una realidad ficticia; por ejemplo, la de la cultura humana actual, que está en contradicción, en conflicto, con la naturaleza que representa las cosas.


D.C.: En el zen no hay dioses, ni seres sobrenaturales, pero ¿hay para el zen algo sagrado?
D.V.: Todo es sagrado y nada es sagrado. Si hay algo que sea sagrado, todo debe ser considerado sagrado; y si hay algo que no sea sagrado, entonces nada debe ser considerado sagrado. Para el zen, profano y sagrado siguen siendo conceptos, representaciones de la realidad. ¿Por qué decimos que unas cosas son sagradas y otras no? Por puro convencionalismo. Los maestros zen en general han sido bastante irreverentes.


D.C.: Cuando examinamos el zen, a menudo nos encontramos con afirmaciones contradictorias, aparentemente absurdas. Wittgenstein, uno de los filósofos más destacados del s. XX, decía de su Tractatus que quien lo comprende acaba por darse cuenta de que sus proposiciones carecen de sentido, debiendo, por así decir, tirar la escalera después de haberla subido. ¿Puede decirse lo mismo de las enseñanzas del zen?
D.V.: Sí, son medios hábiles. Nosotros decimos que es como usar una barca para atravesar el río, pero una vez atravesado no se te ocurre seguir tu camino cargando con la barca. En el zen se dice que la conciencia no es el lenguaje. Debemos experimentar esta conciencia que está más allá del lenguaje. Esto quiere decir que ninguna palabra, ninguna categoría mental puede designar lo que la realidad es. Confundimos nuestros conceptos, nuestras representaciones mentales de la realidad, con la realidad misma. No nos damos cuenta de que nos estamos moviendo en un mundo de representaciones mentales. Cuando uno dice árbol cree que eso es un árbol, pero eso no es un árbol. Toda la enseñanza oral (denominada enseñanza provisional) y escrita son medios hábiles que pueden acercarnos a la experiencia de lo absoluto.


D.C.: El zen carece de dogmas y de un cuerpo doctrinal que podamos analizar y juzgar. ¿Qué enseña entonces?
D.V.: Hay enseñanzas, pero no deben tomarse como dogmas, como verdades absolutas. El acercamiento al zen no se hace desde la creencia, pero las enseñanzas sirven de marco para que fructifique la experiencia. El zen es una experiencia, que se facilita sobre todo con la práctica de la meditación. Lo que hacemos sobre todo es enseñar a la gente a meditar. El zen no es una doctrina, pero hay enseñanzas, que se discuten. Son hipótesis de trabajo: si te van bien, te ayudan y te sirven, bien; si no, las desechas.


D.C.: ¿Y en qué consiste esa meditación?
D.V.: Al comienzo se desarrolla una atención lúcida sobre la respiración. Esa es la puerta de entrada a un estado de conciencia más profundo. En ese estado no se hace nada, no es una meditación intencional, ni de llegar a nada, ni de liberarse de nada; solamente estar ahí en un estado de presencia, observando y tomando conciencia de lo que está sucediendo, de sensaciones corporales, sentimientos, emociones, sin hacer nada para cambiarlos. Es un puro acto de conciencia. Y eso va generando un estado de presencia, un estado de lucidez, de conciencia global, que en un determinado momento se abre en una experiencia de despertar.


D.C.: El zen busca en la meditación un estado de no-pensamiento. ¿Cómo lo traslada luego a la vida cotidiana?
D.V.: Lo que sucede es que los estados de pensamiento y no-pensamiento no son incompatibles. De hecho lo que enseña la meditación zen en estados avanzados es a pensar sin pensar, a no pensar pensando. Pensar desde el fondo del no-pensamiento. Tomemos el ejemplo de la música. Las notas musicales son los pensamientos, pero la música no sería lo que es sin el silencio; la música es una combinación de sonidos y silencio. Nuestra vida es igual; lo que sucede es que nosotros hemos olvidado el silencio, el no-pensamiento. La meditación zen nos permite estar en calma en medio de la agitación y del ruido.


D.C.: Dice que en su juventud experimentó con diversas drogas: LSD, peyote, ayahuasca. ¿Le proporciona también el zen un estado alterado de conciencia, de una manera natural, sin psicotrópicos?
D.V.: Las sustancias que yo he probado lo que hacían no era alterar, sino expandir la conciencia. Pienso que lo que se llama conciencia ordinaria es un estado alterado de conciencia. La meditación también conduce a estados expandidos de conciencia. Al expandirse ve más, percibe más. Se alcanza en realidad un estado más natural de conciencia, porque en la meditación no hacemos nada, absolutamente nada, nos sentamos y respiramos. ¿Qué puede ser más natural que esto? En los cursos de retiro y meditación, por supuesto, todas las drogas están prohibidas, la alimentación es vegetariana y sólo se bebe agua o té. La meditación es una vía de expansión, de devolver al ser humano a su conciencia original.


D.C.: ¿Es paz interior lo que busca el zen?
D.V.: En el trasfondo del budismo está siempre la búsqueda de la felicidad. El budismo es una respuesta a ese impulso que hay en todo ser humano. Las causas de la felicidad o infelicidad no residen en las circunstancias externas, sino en tu propia mente.


D.C.: ¿Tiene entonces el zen cierto parecido con el estoicismo, en el sentido de una búsqueda de la impasibilidad, de la imperturbabilidad, del desprendimiento de las cosas externas?
D.V.: Hay bastante parecido. El zen se caracteriza por la sobriedad, la sencillez, la simplicidad y la evitación los extremos. El resultado de eso es la impasibilidad, que no es lo mismo que la indiferencia. Es un estado de equilibrio y de atención, no de dejadez y abandono.


D.C.: ¿Y se busca una anulación del deseo?
D.V.: No tanto anulación cuanto reeducación.


D.C.: ¿Moderación?
D.V.: Sí, atemperarlo, pero no mediante un esfuerzo de la voluntad; no es una represión. Hoy en día necesitamos una educación del deseo, necesitamos aprender a desear. Porque el deseo es la mayor fuerza del universo. Pero el deseo es como un fuego; si no se aprende a dominar y se excita insensatamente se convierte en una fuerza destructora. La prueba es lo que sucede en la sociedad de consumo, que se basa en excitar el deseo, ésa es la energía básica de la que se alimenta el sistema productivo actual. Nos están ordeñando como a vacas, incitándonos a través de la publicidad, de la educación y del sistema social y cultural a desear, a desear, a desear... El deseo está destruyendo el planeta, por el sobreconsumo, la sobreexcitación del deseo. Y a esta locura se le llama generar riqueza. Esto se nos ha escapado de las manos y ya no es fácil pararlo, porque ese fuego ya ha prendido. Será necesaria una reeducación de muchas generaciones para que las aguas vuelvan a sus cauces originales y aprendamos a desear lo necesario para vivir y que el deseo se convierta en una fuerza creativa, de vida, y no en una fuerza destructiva.


D.C.: ¿Es el zen egoísta, en el sentido de que sus seguidores busquen el perfeccionamiento personal, indiferentes a los cambios sociales? ¿La meditación aisla?
D.V.: No, la meditación abre, expande, te hace trascender el egocentrismo, y de un modo natural, hace surgir la compasión. No en el sentido de tener lástima de, sino de sentir lo mismo que. El punto de partida de la búsqueda espiritual de Buda no fue el perfeccionamiento personal, sino la constatación de la enfermedad, de la vejez y de la muerte. Se preguntó por qué esto nos hace sufrir tanto. Y se lo preguntó porque vio enfermos, ancianos desvalidos y cremaciones de muertos. Un practicante zen que no esté en contacto con el sufrimiento del mundo no tendrá la fuerza interior suficiente para profundizar en la meditación. Si su motivación es el propio bienestar, la propia perfección, crearse un microcosmos, no llegará muy lejos. Si desplazas el centro de identidad de ti mismo y tu conciencia se vuelve multicéntrica, vas a sentir al otro como te sientes a ti mismo. De hecho, la compasión, la solidaridad, no pueden ser imperativos morales. Si se las considera así son como órdenes que entran en la mente del individuo, pero ¿si el individuo no lo siente? Por muchos decretos que vengan de arriba, del Papa o del maestro budista, no podrá hacerla suya. Nosotros no lo consideramos un imperativo moral, sino un resultado fructífero de la práctica de la meditación cuando es bien conducida.


D.C.: ¿Hay alguna estructura jerárquica en el zen, alguna autoridad suprema?
D.V.: Hay una especie de director general que se cambia cada dos años, por elección. Todas las funciones administrativas son elegidas. La jerarquía básica es la que se da entre discípulo y maestro.


D.C.: ¿Es el maestro una especie de director espiritual?
D.V.: No, no es un consejero, es un maestro de meditación básicamente. Lo que pasa es que la meditación es uno de los tres pilares de la práctica budista: el comportamiento moral acorde al dharma, la meditación y el conocimiento. El maestro transmite conocimiento, enseña a meditar y te inspira una determinada forma de vida.


D.C.: ¿Y ese comportamiento moral acorde al dharma en qué consiste?
D.V.: Son los principios de la moral universal: no matarás, no robarás, no mentirás... Pero el principio básico que subyace a todo esto es “No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti mismo”, la regla de oro de la moral universal: No le inflijas a otro el dolor que no te gustaría experimentar a ti mismo. No está basado en supuestas verdades absolutas que vienen de arriba y hay que acatar.



2 comentarios:

  1. Bien por el análisis del deseo. Y de su perversión en la cultura de consumo, y de sus consecuencias para la vida y el planeta

    ResponderEliminar
  2. Dices: "Pienso que lo que se llama conciencia ordinaria es un estado alterado de conciencia".
    Genial :D

    ResponderEliminar