Trascendencia e inmanencia respecto a los asuntos
públicos
por Dokushô Villalba
En términos generales, se entiende la vida espiritual o la espiritualidad como algo relacionado con
el espíritu, que para el Diccionario
de la Lengua Española es un “ser
inmaterial”. Es decir, según esta visión, la cuestiones espirituales se
encuentran más allá de este mundo material y no tienen ningún relación con él.
Por otra parte, siendo la política, el “arte, doctrina u opinión
referente al gobierno de los Estados”; “actividad de quienes rigen o aspiran a regir los
asuntos públicos”; “actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con
su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo”, ¿qué relación podría haber entre las inmateriales
cuestiones espirituales y la política?
Por otra parte, en ciertos ámbitos postmodernos el
término espiritualidad es usado como referencia a una especie de religiosidad sin religión, o religión laica. Dado que el término
religión y religiosidad son relacionados por el inconsciente colectivo con
determinadas instituciones o tradiciones religiosas históricas, se está
imponiendo el uso de la palabra espiritualidad para designar una religiosidad
no vinculada a ninguna tradición ni institución religiosa.
Personalmente prefiero recuperar el sentido
primigenio del término religión y religiosidad, diferenciándolos de las
formas que históricamente han adoptado en las distintas tradiciones e instituciones
religiosas.
Aunque no hay un consenso sobre la etimología del
término religión, opto por considerar que procede del latín religare, traducido como “volver a
unir”, que tiene relación con la palabra yoga,
“aquello que une”. De esta forma, lo
religioso sería todo aquello que nos vuelve a unir, que nos devuelve a un
estado de Unidad.
¿Unir o reunir qué con qué? La mayor parte de los
estudiosos de la fenomenología de la religión están de acuerdo en que el
sentimiento religioso surge en la humanidad primitiva al mismo tiempo y de
forma indisociable al surgimiento de la conciencia individual.
La
paulatina irrupción de conciencia individual (en la que es posible ver el
trasfondo de lo que algunas religiones llaman el “pecado original”) va
irremediablemente acompañada por la angustia del yo separado. Esta separatividad
podría representar la “caída” y la “expulsión” del paraíso de la fusión
inconsciente con el Todo, separación que es origen de la angustia existencial.
Podemos ver pues en la base del sentimiento religioso el anhelo de liberación
de tal angustia del yo separado. Desde este punto de vista, el sentimiento
religioso es inherente a la existencia humana y todos los seres humanos
experimentan esta religiosidad entendida como anhelo de liberación de la
angustia del yo separado.
Así pues,
usaré a partir de ahora los términos espiritualidad,
religiosidad o sentimiento religioso como sinónimos, entendidos como anhelo de
liberación de la angustia del yo separado.
Espiritualidad lokotara
y espiritualidad laukika
Históricamente,
este anhelo de liberación ha adoptado dos formas principales, llamadas en
sánscrito lokotara y laukika. Podríamos considerarlas como
dos formas de religiosidad.
La
espiritualidad lokotara es
trascendente, es decir tiende hacia la trascendencia del yo separado,
facilitando el acceso y la consolidación de un estado de conciencia de unidad-no
dual, más allá del yo. Es una religiosidad basada en la experiencia
omniabarcadora de la Unidad. Está constituida por un conjunto de técnicas
psicofísicas elaboradas y experimentadas a lo largo de los siglos, tales como
las distintas técnicas del yoga, la meditación, los ejercicios sufís, técnicas
diversas de acceso a estados místicos, la meditación del hesicasmo del
cristianismo ortodoxo, la meditación budista, la oración, etc. Desde el punto
de vista de la religiosidad lokotara,
“religión” significa fundir la conciencia de la propia individualidad con el
Todo y experimentar la no-dualidad primordial. Históricamente lokotara ha sido una espiritualidad
minoritaria, el núcleo místico de muchas tradiciones al que sólo han accedido
aquellos que han estado dispuestos a trascender y fundir su individualidad como
la mariposa se funde en el fuego. “¿Cómo
evitar que una gota de agua se evapore?, se dice en la película Samsara, “Disolviéndola en el océano”.
Si la función de la espiritualidad lokotara es la de favorecer una
experiencia real del estado primordial no-dual, resolviendo con ello la
angustia asociada a la separatividad y a la muerte, la espiritualidad laukika proporciona significado y
sosiego relativo al yo separado mediante el fortalecimiento de la identidad
individual o colectiva a través de un sistema de creencias, de ritos, de normas
socioculturales, de valores y de símbolos de inmortalidad. Su práctica está
conformada por diversos ritos mágicos-míticos, ritos propiciatorios, ritos de
paso, ritos de consolidación del sistema de creencias que actúan temporalmente
como narcóticos amortiguadores de la angustia existencial, pero que de ninguna
manera la disuelven completamente. Coincido con Ken Wilber
en que la forma propia de la religiosidad laukika
–que él llama horizontal- es la creencia. Para esta forma de religiosidad, el
término “espiritualidad” significa unir (cohesionar) la propia individualidad y
unir o cohesionar las individualidades en un sistema de creencia que fortalezca
la identidad individual, social y étnica.
En otras palabras, la espiritualidad lokotara ayuda a trascender el yo
separado y la visión relativa que el yo tiene del mundo y la espiritualidad laukika ayuda a sentirse más integrado
en la propia individualidad y a vivir mejor en el mundo relativo.
En casi todas las tradiciones
religiosas conviven ambas formas de espiritualidad. A veces una tradición que
tienen su origen en la experiencia espiritual de su fundador, tipo lokotara, termina por convertirse con el
paso del tiempo en una religiosidad laukika. También en un mismo individuo pueden
convivir ambas formas de espiritualidad, si bien cada una de ella puede tener
prevalencia en distintas épocas de su vida. Otras veces, algunas tradiciones
religiosas nacen con una clara vocación o impronta laukika y se mantienen así a lo largo del tiempo.
Acerca
de las tradiciones religiosas o espirituales.
Hemos visto
que el sentimiento religioso, es decir, el anhelo de liberación de la angustia
existencia generada por la conciencia individual o del yo separado, es común a
todos los seres humanos, sea cual sea su lugar de origen, la época en la que
viva o el sistema socio-cultural en el que haya nacido, y la modalidad de
religiosidad que adopte. Su carácter es universal pues forma parte de la
naturaleza humana. Es este sentimiento religioso el que ha dado nacimiento a
las diversas tradiciones religiosas de la humanidad.
En el
origen de casi todas las tradiciones religiosas se encuentra una experiencia
trascendente –lokotara-, es decir,
alguien, el fundador o los fundadores, han experimentado un estado de
conocimiento supremo y de trascendencia, una verdad inefable, un estado
no-dual. Esta experiencia religiosa de la Unidad trascendente puede suceder de
dos formas: A) surgida espontáneamente o B) conscientemente buscada y obtenida
a través de una determinada técnica psico-fisio-espiritual. Si la experiencia
ha surgido espontáneamente sin la mediación de ninguna tecnología espiritual,
el fundador no puede transmitir a los demás más que la fe en dicha experiencia.
De este modo, suele suceder que, con el transcurrir del tiempo, esta
experiencia real y espontánea del fundador pasa a convertirse en un vago
recuerdo del pasado y la tradición iniciada por él se carga paulatinamente de
elementos supersticiosos y de creencias. Es decir, se convierte en una
espiritualidad laukika. Por el
contrario, si la experiencia de la Unidad trascendente ha sido conscientemente
buscada y facilitada por diversas técnicas psico-fisico-espirituales, el
fundador puede transmitir a los demás esta metodología, de forma que todos y
cada uno de sus seguidores a lo largo de las futuras generaciones puedan ellos
mismo experimentar lo mismo que él experimentó. En este caso, existen más
posibilidades que una tradición religiosa así conserve su carácter lokotara.
Toda
tradición religiosa, sea de índole lokotara
o laukika, conlleva un aspecto
positivo y otro negativo. En el lado positivo, la tradición religiosa vehicula
de generación en generación un sistema de valores, una tecnología espiritual y
unos descubrimientos que constituyen un precioso patrimonio religioso de la
humanidad con un fuerte poder civilizador, evolutivo, y una riqueza evolutiva
insoslayable. En el lado negativo, las tradiciones religiosas, como cualquier
cuerpo vivo están sujetas a la contingencia: han nacido en un contexto
geográfico, en un marco socio-cultural y en una época histórica específicas.
Por lo tanto, tienden a envejecer, a anquilosarse, a extrapolar valores propios
de un contexto temporal, social y geográfico determinado a otros en el intento
de convertirlos en valores universales.
Esto da como resultado que, a menudo, en muchas tradiciones religiosas
no encontramos más que un pálido reflejo de la experiencia religiosa
trascendente que le dio origen.
Muchas
tradiciones religiosas, especialmente las de índole laukika, han desaparecido o desaparecerán inevitablemente, ya que
su labor y su función sólo pueden tener lugar en un marco social, histórico y
evolutivo determinado. Por su parte, las tradiciones religiosas lokotara necesitan desprenderse
cíclicamente de la costra de la contingencia, de los anecdótico, de los
estrictamente condicionado, con el fin de cumplir con su función que no es otra
que la de facilitar la experiencia de lo Incondicionado.
Acerca
de las instituciones religiosas
En su
origen, el objetivo básico de toda institución religiosa no es otro que el de
preservar la pureza de la experiencia de su fundador transmitida a través de su
tradición, o bien el cuerpo doctrinal y el sistema de creencia que constituyen
su idiosincrasia. El hecho mismo de la institucionalización no debe ser
considerado en sí mismo como perverso.
Como seres humanos necesitamos dar forma a nuestras intuiciones, experiencias,
relaciones y descubrimientos. No podemos negar la tendencia y la necesidad
humana a una cierta institucionalización.
Se podría
decir que las instituciones religiosas son la concreción en el espacio y en el
tiempo de las tradiciones religiosas, las cuales a su vez, lo son o tratan de
serlo, de la experiencia religiosa o del cuerpo doctrinario de su fundador.
Las
instituciones religiosas son el aspecto más material de la religiosidad, su
concreción en la materia, en el espacio, en el tiempo y en las contingencias de
lo social, lo político y lo económico. Por ello mismo, las instituciones
religiosas son el aspecto de lo religioso que más sujeto está al deterioro, a
la perversión, a la corrupción, procedente no sólo de la condición humana, sino
también provocada por el paso mismo del tiempo y por las circunstancias
sociales, políticas y económicas.
Desde mi
punto de vista, las instituciones religiosas son como el cuerpo de la
religiosidad. Así como el cuerpo humano envejece, se anquilosa, enferma, se
deteriora y muere, también a las instituciones religiosas, sean de la índole
que sean, les sucede lo mismo. No obstante, esto no debe llevarnos a rechazar
sin más el hecho mismo de la institución religiosa, de la misma manera que
tampoco rechazamos un cuerpo humano por el hecho de haber envejecido y de
haberse vuelto disfuncional. Existe un prejuicio y un rechazo muy extendido en
el postmodernismo y en los ambientes nueva era sobre las instituciones
religiosas. Sin lugar a duda debido al hecho de que las instituciones
religiosas tradicionales o históricas han perdido la funcionalidad que en otra
época tuvieron y no han sabido evolucionar con el paso del tiempo.
¿Crisis?
¿Qué crisis?
¿Cuál es la naturaleza de la crisis o del malestar existencial actual que
se extiende por todos los ámbitos sociales? Todos sabemos que tanto la causas
como los síntomas de esta crisis son complejos y numerosos y que alcanzan los
ámbitos políticos, económicos, sociales, culturales, individuales,
institucionales y que las mismas tradiciones e instituciones religiosas se
hayan sumidas también en la crisis.
Desde mi punto de vista, la crisis de
civilización que atravesamos tuvo su origen en la cultura occidental de base greco-judeo-cristiana,
se fue gestando a partir del Renacimiento europeo, tuvo importantes puntos de
inflexión con el triunfo del racionalismo del siglo XVIII, de la ciencia y de
sus aplicaciones técnicas de los siglos XIX y XX y que ha culminado en la
actual globalización neoliberal, exportándose a las demás culturas del planeta
desde la expansión colonial del siglo XVI hasta abarcar la casi totalidad del
planeta en la época actual.
Hasta el Renacimiento, la tradición
religiosa judeocristiana en sus dos vertientes, ortodoxa y católica, fue el
principal marco de referencia de la sociedad occidental, aportando significado
y sosiego relativo al yo separado mediante el fortalecimiento de la identidad
individual o colectiva a través de un sistema de creencias, de ritos, de normas
socioculturales, de valores y de símbolos de inmortalidad, desde la caída del
imperio romano hasta el siglo XV. Las Iglesias cristianas funcionaron como
religiones legítimas,
generando una cohesión social y cultural que se mantuvo estable a lo largo de
la alta y de la baja Edad Media. Durante este tiempo, el pensamiento religioso
enseñado por las Iglesias cristianas constituyó la única forma aceptable de
ver, pensar y conocer el mundo y sus métodos los únicos disponibles.
El Renacimiento marcó la emergencia
social de la razón y del método científico como nuevas formas de conocimiento.
La fe religiosa representada por las Iglesias cristianas y la razón
representada por pensadores, filósofos y científicos entraron en conflicto.
Desde entonces hasta ahora este conflicto ha continuado y continua sin visos de
solución. El racionalismo y el pensamiento científico han ido socavando los
cimientos mismos de la religiosidad basada en la fe y en las creencias. La
revolución industrial del siglo XVIII, hija del pensamiento científico y sus
aplicaciones técnicas por un lado, y del positivismo racionalista por otro, así
como el individualismo surgido de la Revolución Francesa, supusieron un
desbancamiento de los símbolos de cohesión social aportados por la Iglesia.
Occidente se adentró en una senda de desarrollo material y de desconcierto
espiritual que ha continuado hasta la actualidad, ya que la ciencia, el
desarrollo tecnológico nacido de ella,
el positivismo racionalista han sido incapaces no sólo de proporcionar
sistemas que solventen la angustia existencial generada por el sentimiento de
separación de los individuos, sino tampoco han aportado significados ni
símbolos de cohesión ni símbolos de inmortalidad capaces de amortiguar dicha
angustia.
Las sociedades occidentales actuales
intentan no obstante reconducir las necesidades religiosas o espirituales de
los individuos a través de nuevos sistemas pseudoreligiosos, que cumplan la
función que otrora cumplieron las tradiciones religiosas, tales como
multitudinarias competiciones deportivas tipo olimpiadas o torneos de futbol,
desarrollo de un stars system en el
que los actores, actrices, o estrellas de la canción cumplen un rol cuasi
divino, símbolos estatales (banderas, himnos) convertidos en símbolos de
identidad colectiva y de inmortalidad, etc. Así hasta llegar a la actual
religión del Dinero y del Dios Mercado, religión que está siendo exportada a
todos los rincones y culturas del planeta a través de la globalización
neoliberal que padecemos actualmente.
Al tirar por el desagüe el agua de las
tradiciones y de las instituciones religiosas devenidas ciertamente
disfuncionales, tiramos al mismo tiempo el bebé de la religiosidad o de la
espiritualidad, quedándonos en la visión materialista, chata y yerma que
caracteriza a la posmodernidad.
Pero como no podemos evitar sentir “el
anhelo de liberación
de la angustia del yo separado” hemos creado nuevas formas de religiosidad o
más bien de pseudoreligiosidad. Entre ellas, la más importante es el culto al
dios Dinero que profesa y pregona la Religión del Mercado.
La Religión del Mercado y el culto al dios Dinero.
El culto al dinero constituye la religión secular de los
tiempos que corren. El culto al dinero se ha convertido en una religión porque
la compulsión por el dinero es generada por nuestra necesidad religiosa de
redimirnos de nuestro sentimiento de separatividad. El dinero es un símbolo de
redención religiosa. ¿Redención de qué? De nuestro sentido íntimo de carencia,
asociado a la auto imagen de yo separado.
La compulsión por el dinero es un reacción laukika de amortiguar la angustia del yo
separado, un torpe intento del yo-auto imagen de hacerse real objetivándose, es
decir, proyectándose en una realidad simbólica objetiva.
El dinero en sí no tiene ningún valor. No se puede comer
ni beber, no da calor en invierno ni frescor en verano. Sin embargo, tiene más
valor que cualquier otra cosa porque es la forma de definir el valor y debido a
ello se puede transformar en cualquier cosa. Es un medio de transacción. Esto
no es ni bueno ni malo, sino un medio útil. El problema surge cuando se
confunde medios y fines. Cuando el dinero se convierte en un fin en sí mismo
surge la compulsión por el dinero y todo lo demás se reduce a meros medios para
conseguir ese fin. Entonces, todas las cosas reales y realmente valiosas de la
vida se convierten en medios para conseguir un fin –el dinero- que en sí mismo
no tiene ningún valor. Nuestros deseos convierten en fetiche a un puro símbolo
sin valor real y, a la inversa, son fetichizados por él. De tal forma que
perdemos el contacto con los auténticos elementos de nuestra vida y ya no nos
alegramos por el trabajo bien hecho, por encontrarnos con los amigos o los
seres queridos, por la luz del sol o por la brisa del atardecer, sino por la
acumulación de dinero.
En la época de la religión del mercado, en la que los
sistemas de expiación de las religiones tradicionales han dejado de ser la
referencia para millones de personas, el pecado original contemporáneo
significa que no se tiene suficiente dinero y la redención no es otra que la de
obtener más y más dinero hasta que ya tengamos suficiente y dejemos de sentir
la carencia. Lo cual no sucede nunca.
Más allá de su utilidad como medio de intercambio, el
dinero se ha convertido en la forma más popular de la humanidad de ‘ser alguien’,
de hacer frente a la intuición inconsciente de que en realidad no somos nadie,
de que no somos “individuos” aislados sino seres plenamente insertos en una
totalidad plena. Primero fuimos a los templos y a las iglesias para que Dios
nos confirmara que éramos ‘alguien’ (religiosidad laukika). Ahora buscamos la confirmación acumulando dinero (nueva
forma de religiosidad laukika). Hemos
atribuido al dinero el poder de conferirnos realidad. Hemos fetichizado nuestro
anhelo de felicidad convirtiéndolo en un símbolo abstracto y, puesto que todo
lo que va vuelve, cuanto más valoramos el dinero, más lo usamos para
valorarnos. Hemos caído en nuestra propia trampa simbólica.
El dinero es el dios de la religión del mercado y la
producción-consumo su principal rito pseudoreligioso. Tratamos de ahogar
nuestra carencia de yo separado narcotizándonos con el consumo sin danos cuenta
de que siempre tenemos la sensación de no consumir lo suficiente. Para consumir
se necesita dinero. El dinero se obtiene produciendo. De esta forma, la
psicosis colectiva nos arrastra hacia un crecimiento económico continuo. Los
índices de bienestar siguen siendo medidos casi exclusivamente por el PIB.
El dinero y el crecimiento
económico se han convertido en nuestros principales mitos religiosos. Mitos
defectuosos porque, así como los antiguos ritos religiosos proporcionaban una
cierta expiación, ni el dinero ni el crecimiento económico nos redimen de
nuestro sentimiento de carencia.
Trabajamos y consumimos, trabajamos y consumimos en un círculo
vicioso sin fin. Como dijo Aristóteles “sin un objetivo concreto, la avaricia
no tiene límite”. Creemos que el dinero nos hará ser alguien real, pero como
ello es imposible, cuanto más dinero acumulamos mayor es nuestro sentido de
carencia. Sin embargo, tememos pararnos y darnos cuenta de ello. Nuestra única
respuesta es huir hacia delante persiguiendo ese futuro de promisión en el que
consumiendo más lograremos disolver la carencia que nos corroe.
Sin darnos cuenta hemos sido convertidos a la religión
del mercado y tal vez sin saberlo nos vemos obligados a cumplir sus diez
mandamientos, a saber:
1. El máximo beneficio económico (capital, objetos materiales, servicios,
riqueza material) es el paraiso en la Tierra.
2. La economía de mercado es el orden natural del mundo, la verdad objetiva,
la palabra y la voluntad de dios. La economía de mercado es presentada como la
única realidad posible, la expresión de una voluntad sobrehumana emanada de una
autoridad incuestionable. Es decir, la economía de mercado es una nueva forma
de monoteismo. Toda intervención humana es considerada contraproducente,
inútil, una amenaza para el orden natural de las cosas y por lo tanto para el
bienestar de la humanidad, ya que el dios mercado nunca se equivoca. Es
omnisciente. Por lo tanto, la economía de mercado es siempre justa y correcta y
sus dictados son mandamientos que están por encima de cualquier otra moral o valor.
3. La vida humana es tiempo de trabajo, capacidad productiva. Eres según lo
que produces y según la cantidad de lo que produces. El trabajo es valorado según la oferta y la demanda y es
considerado como un coste en los intercambios económicos. No trabajas para
vivir, vives para trabajar.
4. La naturaleza no es más que una reserva de recursos necesarios para el proceso
de producción o una masa de tierra con la que especular. La naturaleza no es
más que un conjunto de objetos inertes cuya unica utilidad es ser explotados
hasta la extinción.
5. El patrimonio social, cultural y espiritual es capital fungible que puede
ser comprado o vendido, según los designios del dios mercado.
6. El valor de las cosas sólo está representado por el precio.
7. El individuo, considerado sobre todo como productor-consumidor, es el
objeto principal de la economía de mercado. El individuo tiene la libertad y el
deber de consumir todo lo que produzca la Economía de Mercado.
8. Debes tener fe en el Progreso, entendido como crecimiento económico
(material) ilimitado. En el futuro se producirán más y mejores bienes
materiales y podrás consumir más y acumular más beneficios.
9. El consumir y el acumular cada vez más bienes te permitirá alcanzar el
paraiso en la tierra (la máxima felicidad).
10. Sólo vence el más fuerte. Para consumir hay que acumular. La competitividad
es la regla de oro. Principios éticos tales como compasión, altruismo,
solidaridad, generosidad deben ser considerados supersticiones del pasado.
La acción política como
inmanencia de la espiritualidad trascendente.
¿Cómo salir
del engranaje infernal creado por el vacío de espiritualidad que trata de ser
llenado por el culto al dinero de la religión del mercado?
La mera
transformación de las estructuras económicas y políticas externas, sin la
imprescindible transformación de los individuos, sólo conduce a cambios de
decorados. Las revoluciones sociales que han priorizado la transformación de
los marcos políticos y económicos exclusivamente han terminado en fracaso.
Por otra
parte, hoy día la acción política está gravemente deteriorada debido a que la
mayoría de los políticos la usan no como un servicio al pueblo sino como un
medio de alcanzar poder personal, fortuna y prestigio, tres símbolos de
inmortalidad con los que tratan de ahogar su propia angustia existencial.
Además, los políticos actuales –salvo honrosas excepciones-, aunque hayan sido
elegido “democráticamente”, no sirven al pueblo que les ha elegido sino al gran
capital. El poder político es un vasallo del poder económico y la clase
política se ha enrocado sobre sí misma, alejándose de los ciudadanos, de los
que sólo se acuerdan durante el periodo electoral. La mayoría de los políticos
actuales son sólo gestores o relaciones públicas de los sumos sacerdotes de la
religión del mercado.
Necesitamos
urgentemente una nueva manera de hacer política y nuevos políticos dotados de
lo que Huston Smith llama
“percepción divina” o visión trascendente (e inmanente) de la Realidad. No se
trata ni mucho menos de regresar a estados teocráticos o confesionales, ni
tampoco pretender ser gobernados por meapilas. Se trata de que aquellos que
tienen la responsabilidad de servir al pueblo gestionando los asuntos públicos
posean una visión trascendente y ennoblecedora, convincente e inspiradora de la
naturaleza de las cosas y del lugar que ocupa la vida y el ser humano en ella.
Para ello, tanto los políticos como todos los ciudadanos debemos atravesar el
caparazón que han formado el secularismo, el cientificismo, el materialismo y
el consumismo moderno a través de verdaderas experiencias espirituales,
religiosas o trascendentes.
Todas las
tradiciones espirituales que conservan la función lokotara enseñan que la transformación debe operarse originalmente
en el interior de las conciencias y que no es posible una transformación
externa o social si no hay una previa transformación en el interior de los
individuos. Esta transformación individual es facilitada por las grandes
tradiciones espirituales que han conservado las técnicas y los métodos
apropiados que inducen y conducen a la experiencia de Unidad no-dual. En los
orígenes de la cultura occidental, por ejemplo, los Misterios griegos de
Eleusis cumplían esta función. Se olvida demasiado a menudo que el mundo griego
y romano, -sus filósofos, poetas, dramaturgos, políticos, militares- bebió de
la fuente de los Misterios de Eleusis durante más de dos mil años.
“Los misterios eleusinos comenzaron
alrededor del año 1.500 a.C. durante la época micénica y fueron celebrados
anualmente durante dos mil años. Los peregrinos acudían desde toda Grecia e
incluso desde más allá para participar en ellos. A partir del año 300 a. C., el
estado tomó el control de los misterios. Esto provocó un vasto incremento en el
número de iniciados. Los únicos requisitos para participar en los misterios era
carecer de «culpas de sangre», lo que significaba no haber cometido asesinato
alguno, y no ser un bárbaro (es decir, saber hablar griego). Se permitía
iniciar a hombres, mujeres e incluso esclavos.
El emperador romano Teodosio I cerró los santuarios por decreto en 392, en un esfuerzo por
destruir la resistencia pagana a la imposición del cristianismo como religión
estatal. Los últimos vestigios de los misterios fueron aniquilados en 396, cuando Alarico I, rey de los godos, realizó una
invasión acompañado por cristianos «en sus oscuras ropas», trayendo con él el
cristianismo arriano y profanando los antiguos ritos
sagrados”.
Como pone de
relieve la obra El camino a Eleusis,
el núcleo central de los misterios eleusinos era la ingesta del kykeon (léase ciceón), une bebida hecha
de cebada y poleo, “entre cuyos ingredientes se encontraba el hongo claviceps purpúrea, un parásito del
centeno y de otro cereales como la cebada y el trigo, conocido popularmente
como el cornezuelo del centeno”.
Hoffmann afirma en la citada obra que
“el cornezuelo es una rica fuente de
alcaloides con aplicaciones farmacológicas. Más de treinta alcaloides han sido
aislados del cornezuelo y es probable que se descubran muchos más”.
Y también:
“El ácido lisérgico (LSD) es el
núcleo común de la mayoría de los alcaloides del cornezuelo”.
Por muy inverosímil y difícil de aceptar que
nos resulte, el origen de la inspiración de los padres de la civilización
occidental fue una experiencia trascendental facilitada por el ácido lisérgico,
en el marco de los Misterios Eleusinos. Homero, Heródoto, Esquilo, Sófocles,
Eurípides, Aristófanes, Epiménides, Anaximandro, Heráclito, Parménides,
Empédocles, Ferecides y su alumno Pitágoras, los fundadores de la filosofía
occidental: Sócrates, Platón, Aristóteles, Plotino, entre otros, fueron
iniciados en los misterios y
experimentaron la epopteia (‘revelación’).
En su
prólogo a El camino de Eleusis,
Huston Smith escribe:
“¿Existe la necesidad, quizás una
necesidad urgente, de diseñar algo parecido a los misterios eleusinos para
salir de la caverna de Platón y ver la luz del día?
¿Se puede hallar un medio de
legitimar, como hicieron los griegos, el uso constructivo, otorgador de vida de
las sustancias enteogénicas
sin agravar nuestro grave problema de drogadicción?”
Sirve lo
dicho sólo como ejemplo de la urgente necesidad, no sólo para los políticos,
sino para todos los ciudadanos de atravesar el caparazón que han formado el
secularismo, el racionalismo, el cientificismo, el materialismo y el consumismo
moderno a través de verdaderas experiencias espirituales, religiosas o
trascendentes, sean éstas facilitadas por sustancias enteogénicas o por otras
disciplinas tradicionales a las que Mircea Eliades llamó “técnicas arcaicas del
éxtasis”, tales como la meditación.
Mi principal
acción política desde hace más de treinta años no es otra que la de introducir
a miles de personas en la práctica de la meditación zen y la de haber fundado y
seguir manteniendo vivo un espacio de transformación de las conciencias como es
el templo zen Luz Serena. El proceso de transformación que tiene lugar en el
interior de las conciencias de los meditadores, aunque se encuentren retirados
en lo más profundos de las montañas, tiene necesariamente una repercusión y una
influencia en el tejido social.
No puede
haber una política espiritual ni una espiritualidad política si no hay
verdadera espiritualidad, es decir, experiencia profunda de la Unidad no-dual.
Este es el origen de la transformación interior necesaria. ¿En que consiste
esencialmente esta transformación? La resolución de nuestro sentido interno de
carencia, de la angustia-ansiedad-malestar, no es algo que pueda hacerse por
decreto sino que requiere un proceso responsable y comprometido de
introspección, de honestidad. Individualmente tenemos que enfrentarnos a
nuestra principal represión, a nuestro mayor miedo: el miedo a la muerte o el
miedo a no ser. Por ejemplo, la experiencia budista zen por excelencia es la
del vacío. La meditación zen enseña a dejarnos caer en el vacío, a morir
psicológica y espiritualmente a la ilusión de ser un yo-auto imagen distinto y
separado de la totalidad. Como afirma un dicho zen: “Si mueres una vez, ya no tendrás que morir de nuevo”.
Los
misterios de Eleusis, así como toda verdadera iniciación al aspecto
trascendente de la realidad que facilitan las tradiciones espirituales de
marcado acento lokotara, implican una
muerte psicológica y espiritual. Sólo de esta muerte puede nacer un nuevo
ciudadano y una nueva estirpe de hombres públicos.
Como
escribió Cicerón refiriéndose a su propia experiencia eleusina:
“No solo hemos
encontrado ahí la razón para vivir más alegremente
sino que también podemos morir con mayor esperanza”.
Dokushô Villalba
Monasterio Zen Luz Serena
Junio 2011
(*) Publicado en la obra “Espiritualidad y política”, Edición a cargo de
Cristóbal Cervantes. Ed. Kairós 2011.
Ken
Wilber llama legítimas a las
religiones que “proporcionan
«buen mana» y ayudan a evitar el tabú, es decir, proporcionan unidades de
significado por un lado y símbolos de inmortalidad por el otro”. Op. Citt. Un Dios sociable.
Un enteógeno es una sustancia vegetal o preparado
de sustancias vegetales que, cuando se ingiere, provoca un estado
modificado de conciencia usado en un contexto
principalmente religioso, ritualístico, chamánico. La
palabra enteógeno es un
neologismo propuesto en un artículo publicado en Journal of Psychedelic Drugs, vol. II, núms. 1 y 2,
enero-junio de 1979 y
sus autores son el helenista Carl A. P. Ruck, J.
Bigwood, J., D. Staples, el micólogo R.G. Wasson y el botánico Jonathan Ott. El término
deriva de la lengua griega,
en la que éntheos significa
"dios dentro", "inspirado por los dioses" y génos quiere decir "origen,
tiempo de nacimiento"